Buenas noches desde el rincón en el que escribo.
Al parecer ya está aquí eso que llaman "Operación Salida". Tal cómo parece mucha gente emprende viajes por carretera, por avión, por barco o por tren. Tal y como os prometí voy a traeros unos relatos para que los disfrutéis en estas vacaciones, y en este caso es uno ambientado en un tren, pero puedes leerlo en cualquier lugar. Este lleva por título: "12V, 14P" y dice así:
Él tenía veintitrés
años, se llamaba Marc Martí e iba vestido con unos tejanos negros y ajustados,
una camisa de leñador verde y blanca y unas botas altas tipo militar.
Abandonaba la ciudad condal para participar en una prueba como batería de un
grupo de Rock. Su único equipaje, una minúscula mochila con ropa para dos días
y la guitarra española que le habían regalado a los catorce años.
Ella tenía veinte años,
se llamaba Xènia Puig y su vestuario consistía en unas mallas negras, un jersey
blanco de lana largo y con cuello alto y unas zapatillas deportivas con suela
de plataforma. Era estudiante de segundo de arte dramático y dejaba su
Barcelona natal para trabajar en su primera obra como profesional en el teatro
Lope de Vega a las órdenes de Josep María Flotats.
Lo que ninguno de ellos
sabía todavía es que no llegarían a Madrid. El tren salió del andén número uno
de la estación de Barcelona Sants con cinco minutos de retraso durante los
cuales Marc y Xènia pudieron descubrir que iban a ser compañeros de viaje. Muy
galantemente él ayudó a colocar las pesadas maletas de ella en el lugar
reservado para las mismas y ella se lo agradeció con una sonrisa que iluminó su
precioso rostro.
Antes de llegar a
Zaragoza el tren ya había recuperado el retraso acumulado en el tramo inicial y
los dos jóvenes empezaron a darse cuenta de que se estaban enamorando. Él
acarició la larga melena azabache de ella con su mano derecha mientras que con
la izquierda acercó la cara de ella a sus labios; ella cerró sus preciosos ojos
azules y se dispuso a ser besada. Breve impás de espera que es el tiempo que
tarda Marc en acercar sus labios a los de ella. Un tiempo inferior a un segundo
que se hace eterno.
Por fin se decide, sus
labios se juntan y antes de poder dar el beso un frenazo inesperado del tren
les saca del leve sopor en el que habían entrado, abren los ojos y todo es
igual pero distinto: los pasajeros son los mismos pero cambiados, el interior
del vagón parecido pero no igual. ¿Qué ha ocurrido? Marc mira su reloj y se
horroriza, ¡Han transcurrido tres días!, «Es imposible» piensa «Eso solo ocurre
en las novelas de Stephen King» se dice, pero lo cierto es que ese segundo ha
sido el más largo de la historia.
Pregunta a la gente de
su alrededor y todos le dicen que no ha ocurrido nada, simplemente que el tren
se ha parado; pero algo le dice que eso no es todo, se lo dice su sexto sentido
y también la cara de pánico de Xènia. Él la abraza para evitar que se asuste o
grite pero sabe que sea lo que sea lo que vaya a ocurrir pasará pronto.
Una mano le agarra del
hombro y se sobresalta en su asiento, se gira asustado y encuentra a un hombre
mayor que le pide fuego para encenderse un cigarrillo; a duras penas le dice
que no fuma y el hombre vuelve a su asiento, todo el mundo parece muy tranquilo
menos él y Xènia. «Trata de dormir, no es más que una pesadilla» se dice a si
mismo y a su compañera de viaje y ambos cierran los ojos.
Un nuevo ruido le
sobresalta, cuando Marc abre los ojos Xènia no esta a su lado, de hecho no hay
nadie a su lado, los pasajeros del tren siguen tan tranquilos como siempre, y
el tren tan parado como antes, ningún anuncio por megafonía, ninguna señal de
la chica de la que se había enamorado. Estaba empezando a desquiciarse cuando
le dio por mirar de nuevo su reloj y empezó a creer que se estaba volviendo
loco ya que según su reloj, ¡era ayer!
Una nueva mano se apoya
en su hombro, nuevamente un escalofrío recorre su cuerpo y con más miedo que
antes se gira para comprobar que se trata de la dulce Xènia, vestida ahora
únicamente con el jersey que se sienta sobre él y empieza a besarle. Tras los
besos las caricias y tras estas las palabras dulces: «Tranquilízate, pronto
estará arreglado el problema de las vías» dice con una voz sumamente erótica y
vuelve a besarlo esta vez con verdadera pasión.
Marc trata evitarla y
como ve que es imposible quitársela de encima cierra los ojos y se deja hacer
hasta que ella, en uno de sus jueguecitos le muerde en la oreja, él abre los
ojos, grita de dolor y comprueba que es de noche: todo el mundo en el vagón
duerme, Xènia también, junto a él y no tiene rastro de sangre en su oreja.
«Todo ha sido un sueño” se dice a si mismo mientras se levanta para ir al
lavabo. “¿Todo?» se pregunta cuando observa que el tren continua parado. Mira
su reloj y ve que es hoy, que es el día en que él cogió el tren para ir a
Madrid, pero en cambio es de noche. «Me estoy volviendo loco» se dice mientras
continua caminando hasta el servicio.
Cuando sale del urinario
se dirige nuevamente a su asiento para seguir durmiendo, «todo esto es un
sueño» piensa. Se sienta, cierra los ojos y trata de dormir pero no lo
consigue, no sabe si por consecuencia del miedo, pero el caso es que no puede
conciliar el sueño.
Nuevamente una mano
sobre su hombro, nuevamente un sudor frío recorre su frente, nuevamente tiene
ganas de gritar, nuevamente el miedo se lo impide. Se gira tan asustado como de
costumbre, en esta ocasión se trata del interventor de RENFE, vestido con ropa
de los años treinta, que le pide su billete.
—¿Por qué motivo este tren está parado y el tiempo parece haberse
vuelto loco?—pregunta.
—Este tren está parado porque este es el viaje que has pagado; los
billetes doce y catorce de este vagón no tienen destino, simplemente tienen
derecho a salir de Barcelona y montarse en el tren y que este parta, pero no
tienen derecho a bajarse en ninguna estación.
—Pero, ¿yo compré el billete hasta Madrid?
—Creíste hacerlo.
—¿Cómo puedo detener esta pesadilla?
—No puedes, solo el billete puede.
Esas palabras se
quedaron grabadas en la mente de Marc, un billete sin destino... ¿Cómo podía
haberse equivocado de tal modo? Buscó en su mochila hasta que encontró el
billete, lo miró y remiró treinta veces; para él era un billete perfectamente
normal, con su hora de salida y de llegada. Eso era lo más curioso, la hora de llegada coincidía
con la hora que marcaba su reloj, con la hora que su reloj había marcado
continuamente desde que el tren se paró.
Despertó a Xènia y le
pidió que le dejase ver su billete, ¡eran idénticos! Entonces lo vio claro,
ella ocupaba el asiento doce mientras él ocupaba el catorce. Ahora las palabras
del revisor cobraban sentido.
—Coge tus cosas y bajemos de aquí, este es nuestro destino, si no
bajamos el tren no podrá continuar su viaje—dijo
convencido.
—No entiendo que tenemos que ver nosotros en que el tren no pueda
continuar su marcha.
—Baja y lo entenderás.
Ambos bajan del tren y
Marc se gira hacia él esperando verlo marchar pero este no se mueve, no es más
que un vagón varado en una vía muerta en algún lugar en medio de ninguna parte.
«No lo entiendo» se dice a sí mismo mientras sigue a Xènia de nuevo al
interior.
Pero el interior ha
cambiado, ahora es un vagón vacío, muerto. Nada ni nadie en su interior, solo
polvo y desolación. Ella rompe a llorar, él la abraza para que se tranquilice y
acaricia la larga melena azabache de ella con su mano derecha mientras que con
la izquierda acercó la cara de ella a sus labios, ella cerró sus preciosos ojos
azules y se dispuso a ser besada. Breve impás de espera que es el tiempo que
tarda Marc en acercar sus labios a los de ella. «Solo el billete puede»
recuerda, y rompe los billetes que todavía sostenía en sus manos. Por fin se
decide sus labios se juntan y ambos se funden en un apasionado beso.
Marc abre los ojos y el
tren está llegando a Madrid, faltan cinco minutos para entrar en la estación de
Atocha. «Finalmente todo ha sido un sueño» se dice mientras gira su cara a la
izquierda para observar a un hombre mayor pedir fuego, a su frente para
observar como un revisor vestido con ropa de los años treinta ayuda a la gente
a bajar las maletas y a su izquierda para contemplar a Xènia vestida tan solo
con su jersey y decirle: «todo ha sido un sueño cariño».
Una mano se apoya de
nuevo en su hombro y mientras se gira puede oír como la tétrica voz de la parca
le dice «¿TODO?». Luego silencio y una carcajada macabra donde las haya de la
muerte que se lleva a Marc Martí víctima de un infarto.
Nuevamente un silencio
que da paso a la voz del revisor, «Nunca debiste romper el billete; al hacerlo
te quedaste sin destino y al perder el destino ya no tenías nada que hacer en
la vida. Estaba todo a tu favor: una chica guapa que te quería, un mundo para
vosotros solos, mucha vida por vivir». Nuevo silencio, largo y melancólico.
Cuando Marc puede abrir
los ojos está en una cama de hospital, su melena rubia ha dejado paso a una
cabeza rasurada y sus ropas a una bata azul abierta por detrás. La habitación
en la que se encuentra está acolchada y una enorme ventana se encuentra junto a
la única puerta.
Desde el ventanal es
observado por tres personas, un señor mayor, un revisor con ropas de los años
treinta y una preciosa joven morena de ojos azules. «Debemos darle una nueva
oportunidad» comentan entre ellos y alguien vestido con una parca negra abre la
puerta...
Marc se encuentra ante
la casa Batlló. Desciende las escaleras que dan acceso a la estación de Paseo
de Gracia mientras se quita las gafas de sol y cuando llega al quiosco de
la misma, para la cinta de «Apocalíptica» que sonaba en su walkman, y
compra el diario deportivo Marca, un cómic de Lobezno y el
ejemplar de diciembre de la revista Playboy con Naomi Campbell en su portada. Paga con un
billete de mil y le pide a la dependienta que se quede con el cambio. Esta le
da las gracias y con una sonrisa de oreja a oreja le regala un paquete de
chicles de menta sin azúcar. Introduce sus compras en la pequeña mochila que
lleva como equipaje y saca su billete de tren para Madrid.
Una mano se apoya en su hombro derecho y cuando
se gira se da cuenta que una joven y guapa chica morena y de ojos azules, a la
que no había visto en su vida, le da un apasionado beso en los labios. «Menos
mal que has llegado, hace tiempo que te esperaba» le dice mientras le da una
pesada maleta, que se supone que debe ayudar a llevar al tren.
Por hoy es todo, espero que os guste, nos vemos en "Mi Rincón de Escribir". Nos leemos.
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