lunes, 27 de noviembre de 2017

Una noticia importante y un relato inédito

Buenas noches desde el rincón en el que escribo.

A todos aquellos que me siguen por Facebook ya lo saben, pero para los que tan solo pueden seguirme por aquí os lo diré también. Es una noticia importante. Amonathep tendrá segunda parte. Así, sin más, a palo seco y sin anestesia. Pero para eso aún falta, primero tiene que llegar "Entremés", que por cierto cuenta con los mismos protagonistas, Sergio, Alea y Víctor, y alguno más, como la protagonista de la que será mi segunda novela Bea. Seguid atentos pues en breve tendréis el próximo a vuestra disposición. Mientras eso ocurre quiero compartir un relato con vosotros, un relato inédito, de momento y de corte fantástico. Lleva por título "La guarida" y dice así:

Stella, la arquera elfa tenía su arco tenso y con la flecha preparada oculta entre unos matorrales. Drum, el enorme orco aguardaba junto a la entrada de la gruta maza en mano y junto a él el apuesto Alex, un guerrero venido del norte con su espada bastarda en su mano hábil y la rodela en el brazo menos útil. Tras ella el diminuto mago enano Havok, preparando su grimorio de conjuros y Anne, la humana, a la que no sabe si catalogar como sacerdotisa, embaucadora o bruja invocando a una divinidad a la que no conoce. También está con ellos el gnomo Puck, escondido entre las sombras para poder asestar una buena puñalada a su adversario. Es cierto que superan en número a su adversario, pero no en fuerzas pues su rival es el ser más peligroso que jamás existió.
Se encontraban en las inmediaciones de la gruta que era la guarida de quien tenía atemorizada a la población de medio mundo y se había autoproclamado rey, no era otro que el gigante Tom. Medía más de quince metros de alto, incluso Drum no era más que un mosquito para él. Pero no solo aterraba por eso, era hechicero, elementalista y nigromante. Luchar contra él era enfrentarse a los elementos y a los muertos, y su montura causaba tanto caos y destrucción como el mismo o tal vez incluso más. Es lo que suele ocurrir cuando alguien monta en la grupa de un dragón dorado. Era imbatible por tierra, mar y aire. Eran muchos los aventureros y ejércitos los que se habían medido a él y el resultado había sido nefasto. Ciudades aniquiladas, pueblos enteros desolados, millares de cadáveres y no menos tierras yermas como consecuencia del fuego y la destrucción.
Ellos se encontraban allí para intentar acabar con ambos, con el gigante y con el dragón, no es que esperaran que ellos triunfaran donde el resto de la humanidad habían fracasado porque fueran mejores que el resto o porque tuvieran algún arma revolucionaria que el resto desconocía, ni tan siquiera por que pensaran que su plan era mejor que los planes anteriores, simplemente estaban allí porque eran los últimos que podían hacerle frente, para bien o para mal eran los únicos que quedaban para poder acabar con él.
No han podido acabar de prepararlo todo cuando notan el pútrido aliento del dragón seguido de un fuerte olor a azufre, como si estuviera acercándose el mismísimo demonio del infierno en el que vivía. Una llamarada es lo primero que pueden ver que llena la entrada de la cueva de hollín, ceniza y ascuas y acto seguido quien aparece es la dorada cabeza reptiloforme del inmenso dragón. Stella no lo duda y deja volar su flecha y antes de que esta impacte ya tiene el arco tenso y una nueva saeta preparada. Su lanzamiento tiene éxito e impacta justo donde quería, el ojo de la criatura. Drum es testigo de primer orden de este impacto pues al globo ocular estalla a escasos centímetro de él y su ropa se mancha con ella y con sangre. No duda un instante de golpearle con su maza impactándole en el mismo lugar que la flecha. En el lado opuesto de la cara quien le asesta una buena estocada en el otro ojo es Alex. Sus ataques son infructuosos pues no consiguen más que abra su boca para que lance una nueva bocanada de fuego pero antes de que esta salga una veloz flecha surca el cielo clavándose en el interior de la garganta del poderoso reptil.
Y en ese momento una enorme bola de fuego sale volando en dirección al dragón de las manos del pequeño mago enano. Saben que no es suficiente para acabar con él pero si les deja tiempo para poder preparar el ataque contra el gigante. Saben que no tardará en salir, notan sus pasos por como tiembla el suelo como si se tratase de pequeños seísmos. No tarda en aparecer por gruta y lo hace propinándole un puntapié al orco que sale volando por los aires aterrizando varios metros por detrás de donde se encuentra la elfa. El ruido a huesos rotos que se escucha con el impacto habría servido para acabar con la vida de cualquiera, pero no con Drum que tras el impacto se levantó agarrándose la cabeza y tras arrancar una rama para poderla utilizar como garrote se incorporó a la pelea.
Todos sabían que debían de hacer, acercarse, golpear, huir, acercarse, golpear y huir. Esa era la única táctica que podían usar y aun así se llevaron más golpes de los que esperaban, contusiones, golpes, arañazos, cortes y contusiones. Pero aún no habían perdido la vida pues parecía que el gigante quisiera cebarse con ellos, hacerlos sufrir, torturarlos. Y si no hubiera sido por un hecho casual lo habría conseguido, pero cuando todo hacía pensar que él ganaría una vez más pero de repente su montura, el dragón dorado que había resultado herido nada más empezar el combate y que se había elevado volando muy arriba se desplomó como consecuencias de las heridas y lo hizo directamente sobre el gigante. La colisión fue mortal para ambos.
Los valerosos luchadores, malheridos, se agruparon para celebrar su triunfo pero antes siquiera de poder disfrutarlo escucharon pasos que surgían de la gruta. Eso quería decir que había más enemigos pues aquello era la guarida de los malos. Una figura bajita y algo encorvada se presentó ante ellos vestido con una túnica con capucha que cubría su cabeza. No era necesario leer las auras para darse cuenta que aquel personaje destilaba maldad por los cuatro costados. Se paró justo bajo el arco natural que formaban las rocas sobre su cabeza, tan solo un metro por detrás de los cadáveres del gigante y del dragón, sacó sus manos de las mangas (pues había metido la mano izquierda en la manga derecha y la derecha en la izquierda caminando con ellas cruzadas hasta ese momento) y separó un poco sus piernas. Cuando pudieron contemplar sus manos se dieron cuenta que no eran unas manos humanas pues parecían más garras, con unas uñas largas y negras, una mata de pelo oscura y recia que las cubría y de falanges largas y delgadas. Echó la capucha que ocultaba su rostro para atrás y entonces todos se aterraron.
Aquel ser que tenían delante tenía cabeza similar a un dragón, llena de escamas y con unos cuernos de tamaño considerable, un hilo de humo negro brotaba de sus orificios nasales y unos afilados colmillos asomaban a su boca. Si no estaban errados aquel ser no podía estar vivo, pues tan solo era un ser mitológico, fruto de la cultura popular, una leyenda urbana o en el peor de los casos, un antepasado que hacía siglos debía estar extinguido. A quién tenían delante era un Dracorato, un ser mitad dragón, mitad rata, de aspecto humanoide y de una maldad que escapaba de todo entendimiento. Eran los creadores de la magia negra, de los dragones y de todos los seres mitológicos conocidos.
Sed todos bienvenidos a mi humilde morada. Veo que han sido los únicos que se han enfrentado y han vencido a mis sirvientes, eso demuestra que son hábiles e inteligentes además de grandes guerreros. Pasen, quiero negociar con ustedes —les dijo, su voz sonaba fuerte y atronadora, como si saliera de algún lugar desconocido y profundo, tal vez del mismísimo averno.
La respuesta que le dieron fue atacarle con más ahínco del que hicieron con el gigante, pues no es que ese ser fuera maligno, es que era el mal en estado puro. Él movió rápidamente sus manos y una esfera le rodeó por lo que los ataques que contra él vertían resultaron infructuosos. Dentro de la esfera en la que se encontraba volvió a agitar sus manos, en esta ocasión lo que hizo fue chasquear sus dedos y todos los presentes fueron lanzados cientos o tal vez miles de metros hacia atrás. El impacto no los mató pero les hizo que perdieran la memoria, tardarían mucho en volver a recobrarla y cuando eso ocurriera él ya tendría un nuevo títere con el que atemorizar a la población. Quitó la esfera de su alrededor y se sacudió la ropa, volvió a colocarse la capucha y en ese momento notó un punzada de dolor en su corazón. Abrió la boca buscando el aire que le faltaba en los pulmones y una bocanada de sangre surgió de entre sus dientes. Se giró casi sin fuerzas y pudo ver como el gnomo Puck sostenía un ensangrentado puñal. No había caído en su presencia y le había apuñalado el corazón. El ser más pequeño e insignificante que existía había acabado con la vida del último creador de la vida. Echó mano de su corazón y cayó muerto al suelo, justo al lado del gigante y el dragón.

Por ahora nada más, nos vemos en "Mi Rincón de Escribir". Nos leemos.

domingo, 5 de noviembre de 2017

Ya van 10, ¿Lo celebramos?

Buenas noches desde el rincón en el que escribo.

Pues sí, como pone en el título ya van diez, me refiero a concursos en los que he resultado finalista. En esta ocasión la alegría vuelve a ser doble pues mi hermano repite y compartiremos una nueva antología. En esta ocasión el concurso era el I certamen de Fantasía y Ciencia Ficción de Editorial Donbuk, aquí os dejo la portada del mismo:


El relato os lo dejo a continuación, lleva por título: Andrómeda Quick Asylum y es de corte futurista, dice así:

Ptolomeo contemplaba las vistas desde el gran ventanal de su habitación. Estaba cautivado por tanta belleza. LaBelle, su esposa lo observaba desde el lecho conyugal. Ambos estaban completamente desnudos pues acababan de hacer el amor. El brazo derecho de él, cubierto de cobalto y níquel brilló cuando la luz de una de las estrellas fugaces que surcaban el infinito incidió sobre este. Con la mano izquierda saboreaba el ambarino líquido que eones atrás fuera llamado whisky. Los cubitos de hielo tintinearon cuando dejó el vaso en una de las repisas vacías que se encontraban en la pared más cercana a donde se encontraba. Llevaban menos de cinco horas en aquel que era su nuevo hogar y aún no habían podido sacar nada de los embalajes en los que se encontraba sus pertenencias. Aunque se encontraba de espaldas a su mujer esta podía ver el ceño fruncido que se adivinaba en la cara de él.

—¿Qué es lo que te preocupa amado mío? —le preguntó poniéndose en pie y acercándose a él por la espalda.

—¿Por qué me ha de preocupar algo? —dijo él sin retirar su mirada de las estrellas.

—Te conozco —prosiguió LaBelle— y sé que algo te atormenta, llevas ausente desde que entramos en este lugar. Tanto es así que ni siquiera en la cama has sido capaz de evadirte de tus problemas, sean estos cuales sean y eso no te había ocurrido nunca —le abrazó por la cintura y le dio un beso en su musculada espalda, pudo comprobar que aún estaba sudada y el sabor salado que desprendía le recordaba lo mucho que le amaba.

—¿Acaso no he cumplido como de costumbre?

—No tengo queja eso es cierto —se pegó más a su cuerpo, sus enormes y preciosos senos se aplastaron contra él— pero ciertamente hoy no has estado como siempre.

Se giró y la miró a los ojos azules. No podía decir eso de mucha gente pues en sus casi dos metros de estatura eran pocos los que podían hacerlo, uno de esas pocas personas que podían mirarlo sin tener que levantar la vista era su esposa. Le acarició cariñosamente una de las mejillas con su dedo índice, como si quisiera limpiarle una lágrima inexistente. Luego le beso apasionadamente en la boca, beso al que ella se unió. Cuando además de compartir saliva sus lenguas entraron en contacto la mano de ella se dirigió al pene de él pero este se apresuró a apartarla y se separó un poco.

—¿Qué te ocurre Ptolomeo? Es la primera vez en tu vida que rehúsas el contacto sexual conmigo, ¿acaso amas a otra? ¿Ya no te atraigo? —le preguntó ella y no pudo evitar que sus ojos se anegaran de agua.

—No es eso —le contestó él tomando de nuevo el vaso de la repisa— ¿dónde iba a encontrar a una mujer como tú? Lo tienes todo mi amor, eres una mujer inteligente, fuerte, valiente, fiel, atractiva y muy sexy, cualquier hombre daría su vida con tal de poder verte así como yo te veo ahora, imagina lo que harían por poder mantener una relación contigo.

—Entonces, ¿qué es lo que te ocurre?

Él caminó un par de pasos y se detuvo, le dio un largo trago al vaso y saboreó el amargo néctar unos segundos en su boca, luego se giró de nuevo a LaBelle y la contempló unos segundos. Ciertamente era una mujer muy bella. Además de ser tan alta como él y tener unos ojos azules preciosos tenía una melena rubia y rizada a lo afro, un escultural cuerpo de ébano con una excelente figura de grandes y turgentes senos y unas largas piernas. Era un hombre tan afortunado por compartir su vida con ella. Suspiró y se sentó sobre la cama.

—¿Nunca te has preguntado por qué nos destinaron a este lugar? —le preguntó, ya no quería guardar su dolor para él nunca más.

—Es un ascenso —le contestó ella mientras caminaba hacia su marido contoneando sus caderas—, tu premio por la defensa que hiciste de la Tierra, en aquella batalla contra los alienígenas perdiste tu brazo y casi la vida, pero conservaste el planeta. Eres el héroe de todos los humanos.

—¿Eso te contaron? —prosiguió él sin poder contener ya las lágrimas— ¿Esa fue la mentira que te contaron para que me siguieras?

—Te habría seguido al infierno si fuera necesario, eres mi esposo y te amo.

—Entonces abre tus ojos mi amor. Esto no es un ascenso, si fuera así estaríamos en la Luna, como todos los supervivientes de aquel ataque. No soy un héroe, soy un villano. El planeta sobrevivió, es cierto, pero es yermo e inhabitable. Es solo una bola de piedra sin vida, uno más de los muchos meteoritos que pululan por el universo, y es culpa mía. Nunca debí lanzar aquellos misiles. Pasarán milenios antes de que ese planeta pueda volver a engendrar vida si es que lo hace alguna vez. Y todo por mi culpa.

—No tuviste más opción que hacerlo.

—¿No la tuve? —apuró el contenido de un trago y empezó a vestirse con su uniforme de gala —No sabes dónde estamos, ¿verdad LaBelle?

—En Andrómeda Quick Asylum, un hospital flotante.

—Es un frenopático, pero es algo más y peor, es una cárcel donde se encuentran los criminales más peligrosos y los enfermos terminales. Es el estercolero al que envían a todos aquellos que no quieren tener cerca, ni de la Luna ni de la Tierra. El lugar al que mandan a todos los que les molestan o los que no comulgan con sus ideas. En otra época a este lugar se le hubiera denominado «campo de concentración» o «de exterminio» —esto último lo dijo con un énfasis especial en la palabra exterminio—. ¡Nos han desterrado!

—¡No digas eso! —pudo decir antes de que empezara a llorar desconsoladamente.

Él se acercó a ella y le dio un casto beso en la frente justo antes de rozar en una cariñosa caricia uno de las aureolas de ella y su pezón.

—Vístete, no tardaran en venir a buscarnos mi amor, no estaría bien visto que te encontraran tal y como tu madre te trajo al mundo.

Dejó el vaso sobre la repisa de nuevo y se caló la boina azul con la que se tocaría la cabeza. Luego contempló su imagen en el espejo, las cuatro estrellas de su cuello, indicativo de su rango, brillaban con un destello propio. Las diversas medallas en su pecho le recordaban un pasado glorioso. Y la bandera de su brazo, una bandera de un país que hacía siglos que dejó de existir, como el resto de lo que alguna vez fue su planeta, la bandera de las barras y estrellas. Empezó a ponerse sus guates, no le gustaba que los desconocidos vieran su brazo biónico. Se giró hacia la cama donde se encontraba su mujer y la observó mientras se vestía. Se colocó bien el nudo de la corbata y se puso la casaca verde. Luego fue hasta donde se encontraba su esposa y le ayudó a acabar de vestirse. Cuando le ceñía la corbata le dio un beso en los labios, fue un beso largo y probablemente el más amoroso que nunca hasta ese momento le diera. En el mismo momento que sus labios se separaron alguien llamó a la puerta de su alcoba.

«¡Adelante!» dijo autoritariamente girándose a la puerta para ver quién llamaba. Dos hombres uniformados atravesaron el umbral y se cuadraron ante él. Pero no pudieron ocultar los objetos que portaban. Uno de ellos sostenía una camisa de fuerza de un tamaño considerable, el otro unas esposas. «¡NO ME DEJARÉ ATRAPAR!» gritó mientras desenvainaba su pistola  láser y disparaba sin apuntar. Los dos hombres se separaron y el tiro no les impacto y Ptolomeo salió corriendo por la puerta abierta. LaBelle cogía la bata blanca que había caído al suelo mientras hacía el amor con su marido y empezó a ponérsela.

—Doctora ¿se encuentra bien?, ¿le ha hecho algo ese hombre? —le preguntó uno de los hombre reincorporándose y poniéndose de pie.

—¿Qué podría hacerme? Es mi esposo.

—Cierto doctora LaBelle, pero también es un enfermo, vive en un mundo de fantasía en el que se cree un general o no sé qué.

—Sé lo que le ocurre, además de su mujer soy su psiquiatra, pero nunca pensé que estuviera tan mal.

—¿Qué quiere decir? —le preguntó el otro hombre mientras comprobaba por el ventanal como un caza se alejaba a toda velocidad.

—Ya no cree la mentira que le contamos de que era un héroe, ya empieza a saber la verdad, ¿Cuánto tardará en descubrir que yo fui quien le traicionó enviándolo aquí?

Y sin decir nada más se acercó a los dos hombres que había junto a ella y los empezó a acariciar mientras los desnudaba, ellos, le acariciaban también a ella y la besaban en el cuello. «¿Cómo pudo darse cuenta que esto era un destierro para él?» se dijo.

Espero os guste, es todo por hoy, nos vemos en "Mi Rincón de Escribir". Nos leemos.