viernes, 22 de junio de 2018

Relatos para las vacaciones (I): "Alea Jacta Est"

Buenas noches desde el rincón en el que escribo.

Como va llegando el verano, en verdad no está llegando, está aquí ya incidiendo despiadadamente sus altas temperaturas sobre nosotros pobres mortales. Pero a lo que iba. Cómo ya estamos en estas fechas en las que a algunos les gusta echarse a la playa y leer mientras se tuesta al sol, voy a compartir con vosotros una serie de relatos cortos para que podáis leerlos allí donde estéis. Será un relato cada semana y el que abre el fuego, nunca mejor dicho lleva por título "Alea Jacta Est". Para aquellos que no lo sepan significa "la suerte está echada" en latín. Y por primera vez quiero acompañar el relato de una imagen. Os comparto primero está y luego el relato: 


Me llamo Giacomo, Giacomo Pierdoménico y soy jugador. Llega hasta tal punto mi afición al juego que en estos momentos me encuentro en la sexta silla de una partida de ruleta rusa. Es la tercera vez que juego y siempre me ha tocado sentarme en la última silla y como podéis comprobar, hasta ahora me ha ido bien. Como sabréis el lugar de las sillas se hace por sorteo, ¿Qué?, ¿Qué no lo sabíais?, perdonarme, pero así es.
Debo de reconocer que estoy un poco nervioso, no por el juego en sí, que es relativamente fácil, sino por la gente que nos mira, es la familia y amigos de los jugadores y me refiero a ellos como tercera persona ya que por mí no se preocupa nadie ya que desde que perdí a mis padres en un accidente de automóvil ahora hace ocho años no tengo familia, y en cuanto a amigos, los perdí a todos cuando rompí con la chica con la que estuve saliendo.
Se llamaba Ivana, bueno, se llama, porque desde la última vez que hablé con ella no tengo noticias de que le haya ocurrido nada. ¿Qué por qué me dejó?, creo que la respuesta es obvia, por mi afición al juego, ahora, me alegro por ella ya que conmigo no hubiese llegado a nada y en la actualidad es corresponsal en Lisboa para la RAI.
Creo que ya ha llegado el momento de dejar de hablar de mí porque el revólver ya ha sido cargado, con una sola bala como es lógico y entregado al primero de la fila, un alemán de metro noventa con el que ya he jugado a lo mismo anteriormente.
El teutón coge el revólver con su mano derecha y tras darle un giro al tambor con su mano izquierda cierra este con un brusco movimiento de su muñeca diestra, la suerte está echada. Coloca el cañón frío en su sien derecha y tembloroso quita el seguro del arma y echa el percutor de la misma hacia atrás.
Una gota de sudor frío recorre su frente y desciende por toda velocidad por su mejilla izquierda hasta llegar a su mandíbula y tras quedarse sostenida por un segundo en esta, cae estrellándose en el muslo de él. Tras un par de segundos agónicos por fin se decide y aprieta el gatillo. Solo se oye el «click» que hace el martillo al golpear en un hueco y el alemán suspira tranquilo y no es para menos, hoy no perderá la vida en este juego, podrá intentarlo mañana.
Pasa el arma al segundo y este coloca también el cañón en su sien derecha y repite la operación del percutor. Pero este individuo no suda, ni tan siquiera una gota, eso de ser ruso le da sin duda una sangre fría impresionante. Aprieta el gatillo sin titubear y vuelve a oírse el mismo ruido metálico.
Pasa el revólver al oriental que ocupa la tercera posición sin inmutar el rostro y este lo recibe francamente nervioso. Los nervios aumentan entre los cuatro que quedamos mientras el japonés coloca el arma en su sien y sudoroso repite la operación que ya antes hicieron alemán y ruso. Prolonga el momento de apretar el gatillo tanto como le permiten sus nervios, aproximadamente unos cinco segundos para luego apretarlo mientras cierra sus ojos.
Nuevamente se oye el «click» metálico. Este entrega el revólver al mexicano que ocupa el cuarto lugar con los ojos anegados por las lágrimas y rodeado por los aplausos de sus amigos, sin duda es el que más espectadores ha traído, por lo menos el que los ha traído más ruidosos.
Éste rápidamente se lleva el arma a la sien y aprieta el gatillo habiendo antes echado para atrás el percutor. Nuevamente se repite el mismo ruido que ya había oído otras tres veces antes. Con el rostro lleno de emoción entrega el revólver al quinto de la fila y sonríe de oreja a oreja.
El puertorriqueño que está delante de mí coge el arma con sus grandes y sudorosas manos y lo contempla durante unos segundos. Luego por fin se decide y empuña el arma con su mano izquierda y coloca el cañón y su sien izquierda. Está bañado en sudor y sus manos empiezan a temblar. Lentamente echa el percutor para atrás y cierra sus ojos. Luego empieza a susurrar algo que pudiera ser el padre nuestro y tras pronunciar un clarísimo amén aprieta el gatillo no sin antes tragar saliva. Yo cierro los ojos, no quiero ni pensar que si se oye el mismo ruido que antes seré yo el que muera. Pero esta vez no se oye ese «click»' sino un ruidoso y estridente disparo. El pobrecillo no ha tenido suerte, pero al menos ha tenido el detalle de no mancharme la ropa con los restos de sus sesos. Hoy me he ganado un buen montón de dólares...
Es la cuarta vez que me pongo a jugar a la ruleta rusa. Hoy estoy en la silla tres, mal rollo. El juez entrega el arma a un yanqui y este gira el tambor. La suerte está echada.
Por hoy es todo, espero os guste, nos vemos en "Mi Rincón de Escribir". Nos leemos.

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