Buenas noches desde el rincón en el que escribo.
Pues como reza en la entrada hoy comparto con vosotros otro relato, en este caso con el que gane el primer premio en el Sant Jordi literario del instituto Marina hace ya tanto que ni me acuerdo. En esta ocasión se titula "Va de piratas" y es el siguiente:
Patricia Castro.
Patricia Castro es la hija de Don Lope, un hombre Rechoncho, rico y bonachón,
que para colmo es gobernador de Curaçao. Patricia es una mujer joven, no tiene
más de veintitrés años, guapa y muy, muy lista. Al ser la única hija del
gobernador de una isla del Caribe, fue educada como si hubiera sido un varón.
Pero también fue preparada para las artes típicas de las damas. En lo primero
le enseñó uno de los mejores esgrimistas del mundo y el mejor del Caribe, que
además es el lugarteniente de Don Lope: Lucas Van Kranner. En lo segundo Agatha
Gres, una portuguesa que era ama de llaves de la madre de Patricia, y que
ahora, tras la muerte de la mujer de Don Lope, es ama de llaves de Patricia.
Patricia también recibió una cultura digna de un príncipe. Su maestro en este
campo fue el monje Calvinista y hugonote: François Deneur. Este joven fraile
acabaría colgando los hábitos para... No, no adelantemos acontecimientos. En
resumen, Patricia es una belleza, alta, de claros ojos y cabello largo y dorado
como el sol en primavera. Según su Ama de llaves, la tercera mujer más bella
del Caribe. Según su maestro de esgrima, el segundo mejor espadachín de las
Americas. Según Fraçois, era el cerebro más privilegiado de medio mundo. Su
vida era tranquila hasta que un día...
El Principio.
Patricia leía
tranquilamente en el jardín de su casa. Su padre recibió una carta que
cambiaría la vida de su hija. En cuanto Patricia vio a su padre salir como una
exhalación y una sonrisa de oreja a oreja y se puso a gritar como un loco: «Me
voy a la Guayana», Después pidió a Lucas que le acompañara, aunque no era un
viaje oficial quería su protección. Patricia le besó, le deseó feliz viaje y
siguió leyendo. Cuando su padre se marchó, fue a visitar a su gran amigo
François. Tras un largo rato de charla, no recuerdo como salió el tema, Fraçois
le explicó que un nuevo pirata estaba atacando a los barcos españoles que
navegaban cerca de la Guayana. «Este nuevo pirata es holandés y diestro con la
espada», dijo. Cuando Patricia oyó esto se puso muy triste y una lágrima brotó
de sus ojos. Ella, tras abandonar la casa de Fraçois, volvió a su casa para
practicar con la espada e intentar mejorar su ya excelente puntería con su
pistola.
Un día, durante
su clase de violín recibió una terrible noticia: El barco en el que viajaba su
padre había sido abordado. No sobrevivió nadie. Patricia salió corriendo de la
sala, dejando a Agatha plantada en medio del salón con dos violines en las
manos. Corrió a su alcoba, se puso su disfraz de varón (ya que sin el jamás la
habrían dejado subir a un barco debido a lo machista de la sociedad), se ciñó
la espada, preparó un breve equipaje, cogió el salvoconducto del rey de Nueva
España y se preparó a partir hacia la Guayana. Aún no sé si fue la voluntad del
Señor, pero Fraçois llegó en ese instante. Primero intentó convencerla para que
no hiciera el viaje, y en vista de no lograrlo, la convenció para ir él con
ella.
Naufragio.
Patricia y
François viajan a bordo de un barco de mercancías llamado «Nuestra Señora del
Mar». Patricia pronto se hará amiga mía. Yo soy Claudia, hija del capitán del
barco y cocinera del grupo. Cuando vi a Patricia por primera vez me pareció un
apuesto galán, cuando la conocí, supe que era la mujer más maravillosa del
mundo. Nos hicimos muy amigas. Ella me reveló su secreto y yo le conté el
porqué iba en ese barco. Mi madrastra, Caroline, una francesa remilgada y creída,
me había convencido para irme a vivir con su hermano Claude. Mi padre no estaba
de acuerdo, pero aceptó sin rechistar. Pero ahora volvamos con la historia que
nos ocupa. Patricia me presentó a su amigo Fraçois y esa misma noche fuimos al
camarote de él para preparar nuestro «ataque» a los piratas. Mientras mirábamos
una carta de navegación (que por cierto, yo no entendía) recibimos una serie de
cañonazos. El barco se balanceó de un lado a otro y acabó chocando contra unas
rocas. El barco se partió en dos.
Nosotros fuimos
a parar a una playa. Perdimos el conocimiento. Patricia, muchas horas después
del accidente, se despertó. Ya era de día. Había perdido parte de su disfraz,
pero seguía pareciendo un hombre. Nos llamó a todos. Bueno, a François, un a un
viejo fraile Franciscano que meditaba en su camarote cuando ocurrió el
accidente, y a mí. Nos encontrábamos en la playa de, posiblemente, una isla.
Como no conocíamos el lugar, fuimos a descubrirlo, no sin antes almorzar.
Cuando llevábamos casi tres horas de caminata, una especie de dardo se clavó en
la pierna del padre Juan, que así se llamaba el fraile. Nos giramos hacia donde
había venido el dardo y vimos a un zulú de hercúleo cuerpo, más de dos metros
de altura y una cerbatana en su mano. Patricia desenvainó su espada y se
dirigió hacia él. Cuando ella vio que levantaba su cerbatana, se echó al suelo
y empezó a rodar. François y yo la imitamos pero el padre Juan, debido en parte
a su gran barriga y en parte a que tenía su pierna derecha inmovilizada a causa
del veneno que contenía el dardo, no se pudo agachar, y el segundo dardo se
clavó en su cuello. Murió al instante. El zulú, que sin su cerbatana estaba
desarmado, cogió una piedra de gran tamaño y la elevó sobre su cabeza. Patricia,
que estaba a cinco escasos metros no lo vio, François le gritó justo cuando el
negro lanzaba la piedra sobre la cabeza de Patricia. Esta cayó conmocionada al
suelo. François, presa de un impulso desconocido, se abalanzó sobre nuestro
oponente, pero a mitad de camino fue interceptado por un extraño palo en forma
de «V» que después me enteré que se llamaba «Boomerang». François también quedó
inconsciente. Yo, desde mi privilegiada posición entre matorrales, pues no me
habían visto, pude ver como cinco negros más se acercaban a la zona. Dos de
ellos cargaron con Patricia y con François, uno con cada uno, y se adentraron
en la jungla. Otros dos empezaron a despedazar e ingerir el cuerpo del padre
Juan. Él que nos atacó y otro zulú siguieron a los dos primeros. Fue entonces
cuando vi a lo lejos un barco con bandera negra del que salían dos botes
cargados de piratas. Los zulúes, cuando vieron esto, salieron corriendo en
dirección a la jungla. Yo pensé, «pies, ¿para qué os quiero?», pero tras una
larga reflexión, bueno no tan larga, preferí quedarme a ver que pasaba. Y pasó
lo que era de esperar: Una veintena de indígenas salieron para defender sus
tierras mientras una treintena o más de piratas llegaban aquí para saquear la
isla, aniquilar indígenas, y aprovecharse de las indígenas. Mientras estos dos
bandos se peleaban, aproveché la distracción general para adentrarme en la
jungla y llegar hasta el poblado. Cuando llegué, me encontré con François (ya
consciente) atado a un tótem y ví a Patricia dialogando con el jefe de la
tribu. Me acerqué y pude oír lo siguiente:
—Yo soy un
hechicero poderoso—dijo Patricia en tono convincente.
—Pues,
demuéstralo—le replicó el jefe de la tribu en el dialecto Potosí.
—Lo haré, me
transformaré delante de todos vosotros en mujer—volvió a decir Patricia mientras
movía ágilmente sus manos tratando de enredar al jefe. Como eso no causó el
efecto que ella esperaba, optó por cerrar los ojos, concentrarse durante unos
segundos, suspirar amargamente, y empezar a desabrocharse la casaca. Abrió los
ojos, miró al jefe y le dijo mientras mostraba sus senos—contemplad mi torso,
¿es este el pecho de un hombre?—Los zulúes maravillados se arrodillaron ante
ella y la dejaron marchar. Se abotonó la casaca, liberó a Fraçois y recuperó su
arma. Salimos corriendo, una vez se unieron a mi, claro, en dirección a la
playa. Pero justo cuando estábamos atravesando la jungla, un grupo de unos
quince piratas se nos pusieron delante barrándonos el paso. Fue como salir del
fuego para ir a caer en las brasas. Patricia nos hecho hacia atrás y sacó su
espada. Cuando los piratas vieron esto se pusieron a reír y dijeron: «Un solo
hombre contra quince fieros piratas». Los filibusteros, a pesar de sus risas
sacaron sus machetes. Patricia se defendió ferozmente, incluso acabó con unos
siete piratas. Pero una trampa que le tendió uno de ellos la noqueó y la dejó
fuera de combate. Cuando se disponía a matarla François gritó: «¡No lo hagáis!».
Los piratas se giraron hacia él y le dijeron:
—¿Por qué no
matar a un peligroso rival?—Preguntaron.
—Seguro que
vuestro galeón necesita remeros, ¿no?—Dijo François inteligentemente—Pues aquí
tenéis a tres. Pedro García español, la chica es claudia, excelente cocinera, y
yo soy François Deneur, aprendiz en el sacerdocio.
—Eres muy listo—replicó
el que parecía el cabecilla—coged a la chica, al fraile y al guerrero y
llevadlos al barco. El capitán estará contento—les dijo a los otros corsarios.
Yo, mientras
François despistaba a los piratas, aproveché la coyuntura y cogí unas cuantas
dagas de los muertos y me la escondí entre mis vestiduras.
Los bucaneros
nos llevaron hacia un lugar de la playa donde había dos botes. Nos subieron en
uno y ellos subieron en el otro. Nos remolcaron hasta un enorme barco cuyo
nombre era «Liberty». A mi me llevaron a una bodega donde había un montón de
toneles con ron y enormes cajas de carne y pescado salado. Yo sabía que me
tendrían allí hasta que tuvieran ganas de divertirse, solo entonces me dejarían
salir, y sería para volver al cabo de algún tiempo. A François y a Pedro, que
era como dijimos que se llamaba Patricia, los llevaron a una cámara donde había
un grupo de unos cincuenta hombres remando. Un enorme negro tocaba un timbal
mientras un pirata se paseaba de arriba a abajo con un látigo para castigar a
los rebeldes.
Viajando hacia la libertad.
Mientras estaba
intentando forzar la puerta de la bodega para salir, escuché a un pirata hablar
con su jefe, un hombre de acento holandés, y este decía:
—Te aseguro que
es un espadachín de primera, él sólo acabó con siete de los nuestros—dijo el
pirata.
—Solo puede ser
una persona...—Pude oír que decía el capitán mientras se alejaban, la cual cosa
me impidió oír el resto de la conversación.
Finalmente logré
abrir la puerta. Bajé por la escalera hasta la cámara de los remeros. El pirata
del látigo estaba durmiendo y el negro estaba distraído. Me acerqué
cautelosamente a Patricia y a Fraçois, les di una daga a cada uno, les pregunté
por qué no nos amotinábamos y me dijeron que había que esperar para ver a donde
se dirigía el navío. Me dijeron que me escondiera bajo el banco en el que ellos
estaban sentados. Empezó a anochecer y una ligera llovizna oscureció aún más la
noche. Fue entonces cuando le llevaron la comida a los remeros: Agua tibia con
un color grisáceo y un trozo de carne salada. Mientras comían se oyó el ruido
de bajar anclas. El pirata del látigo, despertado cuando fueron alimentados los
remeros por el golpe de otro pirata, empezó a subir las escaleras que conducían
a cubierta. En ese momento, François lanzó su daga contra el negro. Se la clavó
en el pecho y no pudo dar la alarma. François dijo que su lanzamiento fue un
golpe de suerte ya que era la primera vez que lanzaba una daga. Tras liberar a
los demás remeros y recuperar la espada de Patricia, empezamos un motín.
Subimos a la cubierta y el grupo de remeros empezó a golpear a los piratas que
allí había. François cogió un machete, y siguiendo a Patricia, bajamos del
barco.
La isla del tesoro.
El barco estaba
anclado en una gruta dentro de una cala. La lluvia caía suavemente sobre nuestra
cabeza. Eso nos hizo sentirnos vivos y libres. Cuando ya pisamos tierra fuimos
hacia el único lugar al que se podía ir, una casa en una colina. Antes de
llegar se nos unieron un grupo de doce que nos dijeron que el resto se había
ido a su hogar. Llegamos a la casa y un disparo nos paralizó en la puerta. La
puerta acabó de abrirse y allí lo vimos. Era un guapo marino, moreno, de claros
ojos y complexión fuerte. Iba vestido con una casaca roja, pantalones marrones
y botas de piel negra. Sostenía una pistola con su mano derecha y un sable con
la izquierda. Silbó. En ese momento, mientras nos rodeaban un grupo de piratas,
él dijo:
—Tirad las armas
y no tomaremos represalias—habló con claro acento portugués.
—No te creemos.
Preferimos luchar y morir que rendirnos y remar toda la vida—protestó un
remero.
—Además, ¡nada
se ha escrito sobre los cobardes!—Dijo enérgicamente Patricia mientras luchaba
con el pirata que tenía delante.
Así fue como se
formó una melé entre los piratas, los remeros, y nosotros. Mientras estábamos
peleando un hombre pelirrojo, con una frondosa barba y un aro de oro en su
oreja izquierda, entró en escena. Llevaba una espada en la mano. Cuando
Patricia lo vio, gritó: «¡¡¡¡¡TÚÚÚÚÚÚ!!!!!» y se lanzó a por él. Fraçois, que
demostró ser un gran luchador, miró al tipo y después me dijo:
—Ese es Lucas
Van Kranner, lugarteniente de su padre y su maestro de esgrima. Va a ser una
buena pelea.
No se equivocó.
La pelea no tenía un dominador claro. Primero fue Lucas el que parecía tener
ventaja, pero tan rápido como ganaba un par de pasos, los perdía a los pocos
segundos. Nosotros, mientras, conseguimos reducir al grupo de piratas. Pero la
pelea entre Lucas y Patricia parecía eterna. De repente, atacado por un azote
de rabia, él lanzó un ataque con tres fuertes golpes de muñeca contra Patricia.
Esos tres golpes de muñeca causaron tres cortes en Patricia. El primero en el
brazo izquierdo (Patricia es zurda.). El segundo en la pierna derecha y el
tercero en el abdomen. Todo fueron cortes superficiales, pero hicieron flaquear
a Patricia. Esto enfureció mucho a Patricia. Mientras acorralaba a Lucas contra
la pared, le contó quién era. Finalmente, tras destrozarle parte de sus
vestiduras, le dijo: «Y una vez más fue mejor el alumno que el maestro». Y una
vez dicho esto le atravesó el corazón con su espada. Patricia se giró hacia
nosotros. En ese momento, Lucas quiso acabar el trabajo que empezó y empleó su
último suspiro para intentar matar a Patricia. Le lanzó una daga. Un remero que
lo vio se lanzó contra Patricia y le hizo de pantalla. La daga se le clavó en
el corazón. Empleó su último respiro para decir que se llamaba Luís Gomes.
Patricia, François, el grupo de remeros, los piratas que se nos unieron y yo
nos pusimos a registrar la casa. En una de las habitaciones había un tesoro
enorme. Doblones, joyas, perlas y demás tesoros. Patricia miró al techo, y tras
ver una terrible escena, se echó a llorar. Colgado sobre el tesoro estaba el
cuerpo, y ya en descomposición, de Don Lope, el padre de Patricia. François la
sacó de allí. Los remeros cargaron el tesoro en el «Liberty». Partimos con
rumbo a Curaçao, para traer las nuevas buenas a los españoles. Cuando Patricia
se recuperó, ya había cesado la lluvia, pidió que enarbolaran la bandera
española. Los remeros, reconvertidos en marineros, nombraron capitán a Pedro,
Patricia, y ella nombró segundo de a bordo a François que es un noble que
conoció el camino del Señor y se unió a un grupo de frailes Calvinistas, y este
ordenó con habilidad, como lo haría un lobo de mar, el rumbo a seguir. Los
hombres nos respetaban aunque a mí me miraban con cierto recelo.
Vuelta al hogar.
Llevábamos dos
días de trayecto, con una velocidad de quince nudos. François dijo que no
quedaban más de quince horas para llegar a Curaçao.
Poco después,
como un par de horas, vimos a un náufrago flotando sobre una serie de trocos.
Patricia ordenó que le subieran a bordo y lo adecentaran. Una vez estuvo aseado
y curado se presentó. Era, según dijo, Carlos Pérez, comerciante de Veracruz y
amigo de François. Cuando este lo vio, le abrazó, le preguntó por la familia y
después fueron a charlar al camarote de François. Estuvieron allí casi doce
horas. Mientras yo le comenté a Patricia lo mucho que me atraía el nuevo
tripulante. Pasadas las doce horas, salieron François y Carlos. François salía
con los ojos llorosos, mientras, Carlos salía con una mirada perdida en el
horizonte. Ya se veía el puerto de Curaçao cuando salieron. Nos estábamos
acercando al puerto cuando de repente empezaron a dispararnos. Eran cañonazos.
Patricia dijo que no lo entendía. Ella miró a lo alto del palo mayor y vio la
bandera española. Pidió el catalejo. Cuando vio la bandera que ondeaba en el
puerto pidió que izaran la bandera blanca de la rendición. La bandera del
puerto era la holandesa. Nos dejaron atracar en el puerto y rápidamente fuimos
hechos prisioneros. Patricia pidió que le dejaran hablar con el gobernador de
Curaçao, y...
Y aquí nos
encontramos ahora. Patricia lleva ya dos horas hablando con el gobernador de
Curaçao. Nosotros estamos presos en una celda fría, oscura, húmeda y encima con
ratas. Carlos nos ha dicho que igual la han matado, ya que el nuevo gobernante
de Curaçao es muy cruel. François y yo creemos que aún está viva. Ahora íbamos
a decirles que qué pasaba con nuestro capitán, pero no ha hecho falta porque
nos han abierto la celda y nos han dicho:
—Id a vuestro
barco. Allí está vuestro capitán. Sois libres, pero si os volvemos a ver por
aquí seréis ahorcados.
Ya estamos en el
«Liberty». Patricia no está muy contenta y François ha ido a preguntarle qué le
pasa:
—¿Qué pasa,
Paty?—Le pregunta usando el diminutivo que sólo él y yo usamos.
—Esos
holandeses. Me han prohibido volver a mi isla natal. Además, me han dicho que
si volvemos por aquí nos ahorcarán. Pero sé donde podemos ir: iremos a Nueva
España. Allí tengo familia y un salvoconducto, que es tener carta blanca en esa
isla—dice Paty elocuentemente.
Mientras ocurre
esto, Carlos me ha pedido mi mano. Yo le he dicho que sí. Partimos hacia Nueva
España, con bandera española en el «Liberty». Una bandera que jamás bajaremos,
o eso dice Paty. Durante el camino, François nos estuvo hablando de nuestra
salvación y de las teorías de Martín Lutero, ya que todos nos habíamos
convertido al protestantismo. Llegamos a Nueva España. Conseguimos atracar en
el puerto debido a que llevábamos la bandera española. Estamos bajando del «Liberty»
y se nos acercan un grupo de soldados. Paty le muestra su salvoconducto e
inmediatamente nos piden perdón por el error y nos conducen hasta el gobernador
de Nueva España. Nos conducen por un pequeño jardincito hasta el palacio. El
gobernador de Nueva España es un hombre bajito, rechoncho y barbudo. No parece
muy fiero pero sí muy inteligente. Patricia se pone a hablar con tan simpático
hombre y pronto ya tenemos libertad en esta isla.
Por fin, el gran final.
Llevamos ya tres
días en Nueva España. Teníamos pensado partir con una expedición que va hacia
España, pero no hemos zarpado ya que mañana se celebrará una doble boda. Carlos
Pérez se casará conmigo, Claudia de Salcedo y Donaire. Por otra parte se
casarán: François Deneur (una vez dejó la vida de noble por la vida
eclesiástica, y ahora dejaba la vida eclesiástica por casarse con una gran
mujer.) se casará con Patricia Castro de Benítez. La expedición fue aplazada
hasta que la capitana del segundo barco en importancia del viaje, estuviera
felizmente casada.
El «Liberty» y
su capitana Paty puede ser que pase a la historia, tal vez aparecerán en los
libros de texto, o tal vez no, pero lo que es seguro es que jamás, jamás,
volverá a separarse de sus amigos: François, Carlos, su tripulación, y yo.
Sí, quiero; sí,
quiero; sí, quiero; sí, quiero. Yo os declaro marido y mujer. AMÉN.
Cuaderno de Bitácora del "Liberty". A
3 de marzo de 1660. Claudia de Salcedo y Donaire. Tercera
de a bordo.............................
Espero os guste, mañana os regalaré otro relato. Nos vemos en "Mi Rincón de Escribir". Nos leemos.