sábado, 22 de junio de 2019

¿O no se trataba de un sueño?

Buenas noches desde el rincón en el que escribo.

Para hoy quería traer un relato corto que me surgió sin más una tarde ante el ordenador, la inspiración me visitó y yo lo comparto con todos y todas. Espero os guste, se titula, ¿O no se trataba de un sueño?


El silencio de la estancia era aterrador. Vivía en un barrio muy concurrido en el mismo centro de la gran urbe. Durante las horas de sol siempre había sonidos, ruidos, risas o voces, era una zona viva. Pero hoy, ahora, estaba sumida en el silencio total y eso no era bueno. Se asomó a la ventana más cercana, no había ni un solo coche en la calle, ni personas paseando en las aceras. No había niños jugando en los parques y las tiendas estaban cerradas. Y lo que era peor, estaba la ciudad sumida en una oscuridad total, total y mortecina.
Caminaba con cuidado, no sabía por qué pero temía que si el suelo de madera crujía bajo sus pies algo horrendo pudiera ocurrirle. La temperatura empezó a descender y no había razón alguna para que esto fuera así pues estaba en verano y era mediodía. Justo la hora de más calor del día. Notaba como se le erizaban los vellos del cuerpo y se le pusieron duros los pezones. Los dientes les castañeaban y tuvo que abrazarse con sus propios brazos y frotar sus brazos para tratar de entrar en calor. Pero no lo consiguió.
«¿Qué estaba pasando?». Se preguntaba así misma sin entender que ocurría. Se detuvo un segundo en el recibidor, contemplando el reloj de cucú herencia de su abuelo. No podía ver lo que creía. El segundero de aquel reloj, que jamás se había parado en los casi cien años de existencia del mismo, estaba parado. Y de repente, empezó a moverse en el sentido contrario. Aquello no podía ser. Se acercó a él para pararlo pero no lo consiguió, parecía que tuviera vida propia.
Echó a correr hasta su alcoba, sin importarle si hacía ruido o no, y cerró la puerta tras ella. Abrió el altillo del armario y cogió la primera manta que encontró y se la echó sobre los hombros. Ni siquiera así consiguió sacudirse el frío que la atería los huesos y músculos. Se dio cuenta que de su boca salía vaho al respirar. Ni en los meses más fríos del año le había ocurrido eso en el interior de su casa. Estaba aterrada.
Se sentó en la cama, apoyando su espalda en el cabecero y abrazando sus rodillas que estaban flexionadas contra su pecho. La manta cubriendo casi por completo todo su cuerpo. No podía quitar los ojos de la puerta de la habitación que había cerrado al entrar y el motivo no era otro que había escuchado un ruido en el exterior y ella vivía sola. Tenía el teléfono móvil en las manos por si tenía que llamar a emergencias, pero curiosamente este no tenía cobertura, aunque en vista de cómo estaban yendo las cosas ese día no le sorprendió lo más mínimo.
Finalmente se abrió la puerta y allí estaba, era la muerte en persona, tal como la habían ilustrado en la literatura y en el cine. Un esqueleto vestido de negro, con una túnica con capucha en la que tan solo se le veían dos ojos rojos como fuego y con una gran guadaña en la mano. Se acercó a ella, pero no iba caminando pues más bien levitaba y cuando llegó hasta ella la miró a los ojos y entonces, desapareció.
El frío cesó, el ruido volvió a la calle y también el día con su luz. Salió de bajo la manta sin entender que había ocurrido. Salió al recibidor y el reloj volvía a funcionar como antes, comprobó la hora y la marcaba correctamente, como si nunca hubiera dejado de hacerlo. En la calle se escuchaban cláxones de coches, voces de transeúntes, risas de los niños en los parques y los clientes entraban y salían de las diferentes tiendas. Todo había vuelto a la normalidad salvo ella. Una pregunta seguía rondándole por la cabeza. «¿Qué estaba pasando?». La muerte había venido a por ella y no se la había llevado.
Volvió a su dormitorio pues necesitaba respuestas. Y las encontró en forma de papel, aunque sería más correcto decir en forma de papiro, pues de eso se trataba.
«Perdóname por el susto que te habré dado, he venido a buscar a una persona que ha llegado al final de su vida, pero me he confundido de casa, evidentemente no eras tú. Me hago mayor y cada vez veo menos y mi memoria ya no es la que era, así que te pido perdón por el susto. Nos volvemos a ver en un tiempo, que será mucho o poco, dependerá de ti. Perdóname por el susto, tuya por siempre. La Parca.»
En el momento que acabó de leer aquella nota manuscrita en rojo y con una caligrafía que se parecía muchísimo a la de ella la misiva se desvaneció en sus manos convirtiéndose primero en un polvo fino que posteriormente una brisa hizo desaparecer del todo. Una carcajada la invadió. Había mirado a los ojos a la muerte y vivía para contarlo. Se dejó caer en la cama y se quedó dormida pues el cuerpo le pedía una siesta. Cuando media hora después abrió los ojos y se desperezó sobre el colchón no recordaba nada del extraño sueño que había tenido. ¿O no se trataba de un sueño?

Por hoy es todo, nos vemos en "Mi Rincón de Escribir". Nos leemos.

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