Buenas noches desde el rincón en el que escribo.
Para hoy quería traer un relato corto que me surgió sin más una tarde ante el ordenador, la inspiración me visitó y yo lo comparto con todos y todas. Espero os guste, se titula, ¿O no se trataba de un sueño?
El silencio de la
estancia era aterrador. Vivía en un barrio muy concurrido en el mismo centro de
la gran urbe. Durante las horas de sol siempre había sonidos, ruidos, risas o
voces, era una zona viva. Pero hoy, ahora, estaba sumida en el silencio total y
eso no era bueno. Se asomó a la ventana más cercana, no había ni un solo coche
en la calle, ni personas paseando en las aceras. No había niños jugando en los
parques y las tiendas estaban cerradas. Y lo que era peor, estaba la ciudad
sumida en una oscuridad total, total y mortecina.
Caminaba con cuidado, no
sabía por qué pero temía que si el suelo de madera crujía bajo sus pies algo
horrendo pudiera ocurrirle. La temperatura empezó a descender y no había razón
alguna para que esto fuera así pues estaba en verano y era mediodía. Justo la
hora de más calor del día. Notaba como se le erizaban los vellos del cuerpo y
se le pusieron duros los pezones. Los dientes les castañeaban y tuvo que
abrazarse con sus propios brazos y frotar sus brazos para tratar de entrar en
calor. Pero no lo consiguió.
«¿Qué estaba pasando?».
Se preguntaba así misma sin entender que ocurría. Se detuvo un segundo en el
recibidor, contemplando el reloj de cucú herencia de su abuelo. No podía ver lo
que creía. El segundero de aquel reloj, que jamás se había parado en los casi
cien años de existencia del mismo, estaba parado. Y de repente, empezó a
moverse en el sentido contrario. Aquello no podía ser. Se acercó a él para
pararlo pero no lo consiguió, parecía que tuviera vida propia.
Echó a correr hasta su
alcoba, sin importarle si hacía ruido o no, y cerró la puerta tras ella. Abrió
el altillo del armario y cogió la primera manta que encontró y se la echó sobre
los hombros. Ni siquiera así consiguió sacudirse el frío que la atería los
huesos y músculos. Se dio cuenta que de su boca salía vaho al respirar. Ni en
los meses más fríos del año le había ocurrido eso en el interior de su casa.
Estaba aterrada.
Se sentó en la cama,
apoyando su espalda en el cabecero y abrazando sus rodillas que estaban
flexionadas contra su pecho. La manta cubriendo casi por completo todo su
cuerpo. No podía quitar los ojos de la puerta de la habitación que había
cerrado al entrar y el motivo no era otro que había escuchado un ruido en el
exterior y ella vivía sola. Tenía el teléfono móvil en las manos por si tenía
que llamar a emergencias, pero curiosamente este no tenía cobertura, aunque en
vista de cómo estaban yendo las cosas ese día no le sorprendió lo más mínimo.
Finalmente se abrió la
puerta y allí estaba, era la muerte en persona, tal como la habían ilustrado en
la literatura y en el cine. Un esqueleto vestido de negro, con una túnica con
capucha en la que tan solo se le veían dos ojos rojos como fuego y con una gran
guadaña en la mano. Se acercó a ella, pero no iba caminando pues más bien
levitaba y cuando llegó hasta ella la miró a los ojos y entonces, desapareció.
El frío cesó, el ruido
volvió a la calle y también el día con su luz. Salió de bajo la manta sin
entender que había ocurrido. Salió al recibidor y el reloj volvía a funcionar
como antes, comprobó la hora y la marcaba correctamente, como si nunca hubiera
dejado de hacerlo. En la calle se escuchaban cláxones de coches, voces de
transeúntes, risas de los niños en los parques y los clientes entraban y salían
de las diferentes tiendas. Todo había vuelto a la normalidad salvo ella. Una
pregunta seguía rondándole por la cabeza. «¿Qué estaba pasando?». La muerte
había venido a por ella y no se la había llevado.
Volvió a su dormitorio
pues necesitaba respuestas. Y las encontró en forma de papel, aunque sería más
correcto decir en forma de papiro, pues de eso se trataba.
«Perdóname por el susto
que te habré dado, he venido a buscar a una persona que ha llegado al final de
su vida, pero me he confundido de casa, evidentemente no eras tú. Me hago mayor
y cada vez veo menos y mi memoria ya no es la que era, así que te pido perdón
por el susto. Nos volvemos a ver en un tiempo, que será mucho o poco, dependerá
de ti. Perdóname por el susto, tuya por siempre. La Parca.»
En el momento que acabó
de leer aquella nota manuscrita en rojo y con una caligrafía que se parecía muchísimo
a la de ella la misiva se desvaneció en sus manos convirtiéndose primero en un
polvo fino que posteriormente una brisa hizo desaparecer del todo. Una
carcajada la invadió. Había mirado a los ojos a la muerte y vivía para
contarlo. Se dejó caer en la cama y se quedó dormida pues el cuerpo le pedía
una siesta. Cuando media hora después abrió los ojos y se desperezó sobre el
colchón no recordaba nada del extraño sueño que había tenido. ¿O no se trataba
de un sueño?
Por hoy es todo, nos vemos en "Mi Rincón de Escribir". Nos leemos.
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