domingo, 14 de abril de 2019

La casa del final del callejón.

Buenas noches desde el rincón en el que escribo.

Para esta ocasión y a poco más de una semana para un nuevo Sant Jordi quería traer un pequeño relato inédito y compartirlo con vosotros. Como digo es un microrrelato que hasta este momento había permanecido oculto para la gente. El relato es este.


La luna en el cielo lucía hermosa y redonda. Era una magnífica noche donde esta lucía llena. Se daban las circunstancias perfectas para poder ocultarse entre las sombras. Y eso es lo que ella necesitaba, pasar desapercibida. Cubría su cabeza con la capucha de la capa y caminaba de puntillas para que sus pasos no hicieran ruido pero lo hacía todo lo rápido que podía. Quería alejarse y no ser vista.

Asomó la cabeza por el callejón ya que escuchó el ruido de unos cascos de caballo contra los adoquines del suelo. Necesitaba saber si se alejaban o por el contrario se acercaban. Volvió a esconderse entre las sombras al comprobar como tres de los mejores hombres de la guardia personal del rey avanzaban casi al galope por las estrechas callejas .

De repente se detuvieron ante el callejón en el que ella se encontraba pero no la vieron. Llamaron la atención de un mozo de cuadras que se encontraba cerca y estuvieron hablando con él algunos minutos y por los gestos de unos y el otro no obtuvieron la respuesta que querían. Los jinetes clavaron espuelas en los caballos y estos salieron a todo velocidad tras relinchar.

Cuando se hubieron ido respiró aliviada y continuó su camino sin bajar la guardia y entró en una humilde casa de la que salía un hilo de humo de la chimenea. Nada más entrar la única persona que vivía allí, una anciana entrañable de cabellos blancos, se acercó a ella y la abrazó mientras las lágrimas brotaban de sus ojos.

-¿Qué haces aquí cariño? -le preguntó- Si tu marido el rey te descubre eres mujer muerta.

-He venido a verte abuela, antes de irme.

-¿Irte, a dónde?

-Quiero dejar esta vida, yo no nací para vivir en un palacio ni para ser reina, yo nací humilde y así quiero morir. Me voy a la granja de mis tíos para vivir allí como una trabajadora más. 

La abuela sonrió y le besó en las manos.

-Eres igual que tu padre y tu madre, me alegra que seas así. Pero no es necesario que te vayas, quédate aquí a mi lado.

La recién llegada le besó la frente y asintió. Me quedo contigo abuela, para siempre. Las dos se sentaron en la mecedora y se contaron todo lo que habían vivido la una sin la otra, pero nunca más se separaron.

Por hoy es todo, nos vemos en "Mi Rincón de Escribir". Nos leemos.

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