sábado, 5 de mayo de 2018

Decido mi destino

Buenas noches desde el rincón en el que escribo.

Hoy quería compartir con vosotros un pequeño relato, postapocalíptico, que transcurre en un futuro ficticio y esperemos que irreal. Es un relato inédito, de hecho, lo he creado para este blog, así que de momento este es el único lugar en el que se puede leer, así que no te lo pierdas. Lleva por título: "Decido mi destino".

El sol llevaba muchas horas reinando en el cielo y el calor era ya insoportable desde hacía horas. Exactamente igual que los últimos treinta días.  En realidad era así desde que él tenía uso de razón. No había visto llover en su vida, tampoco sus padres ni los padres de estos. Para él y el resto de contemporáneos la lluvia era poco menos que una leyenda urbana. Para ellos todo era sol y calor en la estación cálida y luna y frío en la estación fría. Días eternos y noches no menos eternas. Pocos eran los que sobrevivían en aquellas condiciones extremas y él era uno de los elegidos.

Bien era cierto que llevaba mucho tiempo sin entrar en contacto con otro humano, en realidad llevaba muchísimo tiempo sin tener compañía de ningún ser vivo, ni personas, ni animales ni plantas. Solo arena, viento y soledad. Pese a la túnica blanca que cubría su cuerpo, las lentes oscuras que le protegían los ojos y la gran visera que le protegía del sol su pies estaba quemada y agrietada como resultado de las muchas horas expuesto a los rayos ultravioletas. Su aspecto le hacía parecer mucho mayor de lo edad que en realidad tenía, pero le daba igual, era un superviviente y eso que al nacer parecía condenado a morir pronto.

En este mundo tan cruel solo los fuertes sobreviven y él al nacer no era ni grande ni fuerte, de hecho aún no lo es. Su talla, no llega al metro diez de altura, y su peso, poco más de 25 kilos, les hicieron pensar a sus padres que no viviría mucho. Pero se equivocaron. Todos se equivocaron, el sobrevivió incluso a su propia familia, a sus amigos, a su pueblo, a su tribu y a sus enemigos. Él era el único que había sobrevivido. Y ahora estaba buscando a otros como él, a otros supervivientes, porque era obvio que si él lo había conseguido habría otros que también lo habían hecho.

Y además buscaba el Nirvana. No se trataba de un estado superior del ser. Era un lugar. Dicen las leyendas, igual que esa de que antiguamente caía agua del cielo y se llamaba lluvia, que una especie extraterrestre había venido a este mundo para llevarse consigo a los verdaderos supervivientes. Según decían su aeronave estaba varada cerca del Mar del Sahara, la última gran masa de agua que aún quedaba en este caos que se había convertido la Tierra. SI esto era cierto quería llegar cuanto antes. Y estaba cerca, no podía estar seguro pues no disponía de ningún mapa, ni de ayuda telemática ni por satélite, estos, como todo lo demás, hacía siglos que habían pasado a mejor vida. Pero estaba cerca, se lo decía su instinto y aquel olor a salitre que se respiraba, exactamente igual que los más ancianos del lugar le habían dicho que olía el mar.

Pero estaba débil, demasiado. Su cuerpo hacía mucho tiempo no recibía ningún tipo de alimento, las últimas bayas secas que le quedaban hacía días que su organismo ya las había eliminado y no había vuelto a probar bocado desde entonces. Pero estaba cerca su destino. Ya no era solo que lo oliera, también lo escuchaba, era agua romperse, y lo veía, a lo lejos, pero ya podía contemplarlo, era más hermoso de lo que le habían contado. Se agarró a un saliente del suelo para tomar aire. Contempló el saliente al que se había agarrado. Parecía de piedra pero era mucho más frágil, se trataba de un hueso, uno gigantesco de un animal que hacía decenios que se había extinto. Sus padres lo hubieran llamado Leviatán, los habitantes de civilizaciones antiguas de este mundo que ahora se muere lo llamaban ballena. Para él tan solo era un pez gigante fosilizado.

Echa a correr, está cerca pero no puede llegar. El castigo al que le ha sometido el sol durante tantos días, y la escasez de alimento le pasan factura y cae al suelo. Tan cerca de su destino y su cuerpo le pasa factura. Cierra sus ojos.

Cuando los abre el mundo que le rodea ha cambiado, esta en el interior de alguna construcción, lo sabe por que el sol no le ciega, además hace fresco y no huele a polución como ocurría en el desierto que se ha convertido el planeta. Junto a él dos extrañas figuras, parecen humanos, pero no lo son, carecen de rostro, sus extremidades son extraordinariamente largos y su piel es transparente por lo que se puede ver el interior de sus órganos. Trata de moverse pues siente pavor por primera vez en su vida, pero no puede, esta atado de pies y manos. "¿Dónde estoy?" quiere gritar pero una mordaza se lo impide.

Sabe que es su fin, aquellos seres de otro mundo no buscan supervivientes para salvar el mundo como todos dicen, lo que buscan es alimento. Lo ha descubierto demasiado tarde. Pero aún no es su fin, aún no. Espera que aquel par de horrendos seres se acerquen para devorarlo y cuando lo hacen exuda una sustancia que genera su cuerpo a modo de defensa. No es más que un narcótico, normalmente lo hace como mecanismo de defensa, pero en esta ocasión lo utiliza como arma. Y surte el efecto deseado. Sus agresores son abatidos, muertos por el hedor insoportable. Su cuerpo a mutado y le ha convertido en un arma viviente. Por ahora la muerte pasa de largo, aunque sigue atado y amordazado. Ya pensará como librarse, por el momento sonríe mientras piensa: "Yo decido mi destino". 

Por hoy es todo, espero os guste, espero vuestros comentarios, nos vemos en "Mi Rincón de Escribir". Nos leemos.

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