Buenas noches desde el rincón en el que escribo.
Seguimos en esta época estival y yo quiero continuar haciendo llegar un pequeño relato para que puedas leerlo en cualquier lugar. Hoy, al igual que la semana pasada, os traigo un texto que también fue llevado a escena en forma de monólogo y que también representé yo, en esta ocasión en el "Grup de teatre de Can Pantiquet". Lleva por título "Una maleta llena de recuerdos" y dice así, pero como siempre, primero os dejo una imagen.
Hoy he tenido un
recuerdo de mi infancia, recuerdo a la perfección la buhardilla que me servía
de dormitorio. Cuando mis padres compraron aquella maravillosa casa en un
pequeño pueblo cercano al Cantábrico asturiano les insistí muy mucho para que
convirtieran la buhardilla en mi cuarto, quería dormir en lo más alto, igual que
Heidi. Tras mucho insistir accedieron a mis peticiones.
Recuerdo a la perfección
mi habitación, la tengo aquí guardada (señalándose
la cabeza) como si fuera una fotografía. Recuerdo la enorme cama colocada
en el lado dónde el techo hacía bajada para poder aprovechar al máximo el
habitáculo, el armario empotrado que hicieron construir en la pared opuesta a
la cama, que ocupaba toda la pared, era enorme, tenía unos altillos dónde
guardaba toda mi ropa de abrigo, unos cajoncillos para la ropa interior, unas puertecillas
que ocultaban un zapatero…
También recuerdo la
mesita de noche, con un solo cajón en el cual descansaba durante la noche mis
gafas y mi Biblia, sus únicas pertenencias y encima de la cual había una
lamparilla tradicional, de esas que se encienden tirando de un cordel.
En una de las paredes
montamos una estantería sobre la que iba colocando mis libros, los pocos
trofeos que gané gracias al atletismo y algún que otro adorno.
Frente a la estantería
la única ventana de mi habitación, daba al parque más importante del pueblo.
Muchas veces pasé allí colgado horas, contemplando a los niños jugar a fútbol y
a las niñas saltar a la comba, o me entretenía escuchando el canto de los
pájaros.
Durante las tardes de
verano, recuerdo, que la dejaba abierta y muchas veces no podía dormir la
siesta ya que no paraba de escuchar el ruido de metal contra madera que
producían las partidas de petanca que mi abuelo se marcaba con sus amigos, y
sus risas y sus chistes, me acuerdo mucho de mi abuelo (empieza a llorar, se seca los ojos).
Había noches que tampoco
podía dormir; pero no por mi abuelo; las peleas, voces y disputas de un grupo
de adolescentes borrachos y colocados que jugaban a ser mayores sin ni siquiera
haber disfrutado de su niñez, junto a un banco del parque.
Lo que mejor recuerdo es
la trampilla que daba acceso a la buhardilla y la escalera de caracol de esta,
colocada justo en el centro de la habitación.
Más tarde fui creciendo,
la biblia de mi cajón cambió por un diario primero y unas «Playboy» más tarde,
y por un elástico, una cucharilla y una jeringuilla. Recuerdo que llegó una
época que no quería subir a la buhardilla. Pedí a mis padres que cambiaran mi
habitación de sitio y sin darme cuenta me convertí en uno de los adolescentes
borrachos del banco del parque.
Lancé a la basura mi
prometedora trayectoria como atleta, abandoné mis estudios de derecho y robé
todo lo que pude a mis padres. Cuando lo descubrieron me regañaron, pero en
seguida me perdonaron. Pero yo nunca he podido perdonarme. Lo siento (levanta la vista al cielo, lágrimas, sigue
llorando), ni siquiera tuve valor de ir con ellos en las vacaciones de hace
tres años, dónde fallecieron en trágico accidente junto a mi única hermana.
Hoy casi he rehecho mi
vida, me he casado, tengo dos niñas preciosas y estamos esperando un niño.
Trabajo de obrero en una pequeña empresa de pueblo y vivo con mis abuelos
maternos, a los paternos los perdí hace ya…
De aquella época he
guardado una experiencia que contar, un pasado del que aprender y una maleta
llena de recuerdos, no todos malos, algunos excelentes como el de la buhardilla
de mi infancia.
Por hoy es todo, como siempre, espero vuestros comentarios, nos vemos en "Mi Rincón de Escribir". Nos leemos.
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