Buenas noches desde el rincón en el que escribo. Como seguimos en temporada estival y nunca está de más un relato que echarse a la boca, seguimos con estas píldoras literarias en forma de relatos, aunque en esta ocasión no es un relato tradicional lo que os traigo, se trata de un texto que lo escribí como monólogo teatral y que formó parte de la obra de teatro "SUEÑOS" de la compañía de teatro Amateur, "Grup de teatre de Can Pantiquet" en la temporada 2013-14. Además tuve la suerte de poder interpretarlo yo. Antes del texto os dejo una imagen, no de la representación, pero sí de algo que tiene que ver con los sueños.
Hoy he estado en el lugar donde
viven los sueños. Es un lugar maravilloso, enorme bonito. Unos lo llaman
Onírica, otros Tierra de Sueños, aún otros lo llaman los Dominios de Morfeo, yo
solo sé que fui a buscar a un niño, al niño que yo fui, así que el nombre que
le deis me da un poco igual.
Recuerdo cuando era niño que
dedicaba muchísimas horas a jugar a fútbol, no dormía lo que debía por ir a
entrenar. Estaba en un equipo de pueblo y era bueno, todos mis entrenadores
veían futuro en mí. Como digo le dedicaba muchas horas de mi tiempo. Entraba a
las cinco y media después de salir de clase, y entrenaba cuatro horas diarias.
Cuando llegaba a casa tenía que hacer mis deberes, pero, y lo reconozco ahora
después de muchísimos años, mi padre me los hacía casi siempre. Mi padre decía
que podía ser el nuevo Pelé o el nuevo Maradona, que es lo que decían en aquel
entonces los padres, hoy día dirán el nuevo Messi o el nuevo Cristiano Ronaldo.
Era muy bueno la verdad, pero me lesione siendo un crío, una lesión grave en mi
rodilla y jamás pude llegar a nada. Mi suelo acabó siquiera antes de empezar.
Como le dedicaba tantísimo tiempo al
fútbol fui a buscar al campo de la tierra del sueño a aquel niño que era yo,
pero no me encontré allí. Vi a muchísima gente, todos buenísimos, porque en ese
lugar todos somos buenos. Pero yo no estaba. Había muchos padres también
mirando con lágrimas en los ojos a sus hijos. Vi a niños de todos los tiempos y
todas las nacionalidades, muchos ellos se convirtieron en grandes de ese
deporte, o se convertirán en los años venideros, pero yo no estaba. No me veía
por ninguna parte. Eso me puso muy triste y me puse a llorar. Uno de los
entrenadores que allí estaban se acercó a mí y me preguntó por qué lloraba y
cuando se lo dije se me quedó mirando muy serio y dijo: «No llores por eso,
si no estás ahí es porque en realidad tu sueño era otro, estarás en otro lugar,
todo el mundo tiene un sueño y en el lugar que estuviera tu corazón realmente
estará tu sueño».
Eso me animó un poco y empecé a
recordar y recordé una cosa, cuando el fútbol se acabó para mí quise que mi
futuro fuera la medicina, igual que mi madre y mi abuelo y mi bisabuelo, pero
quería ser médico deportivo, para ayudar a gente que como yo no podían realizar
su sueño de ser un grande del deporte, así que me volqué en cuerpo y alma al estudio.
La verdad, nunca había sacado malas notas pero desde ese instante mis notas
mejoraron muchísimo, empecé a sacar dieces, es más, estaba tan obsesionado con
ello que cuando sacaba un nueve me ponía a llorar. Yo quería un diez.
Y así fue como me planté en la
selectividad, con la mejor nota de corte de mi comunidad autónoma, podía elegir
la carrera que quisiera y la universidad que quisiera, salvo por un pequeño
gran detalle, no tenía dinero para pagarme la universidad, mi padre trabajaba
en una fábrica durante toda su vida y quebró poco antes de que terminara el
instituto y jamás pudo volver a trabajar nadie contrataba a un hombre sin
estudios y con más de cincuenta años. Mi madre trabajaba de doctora en un
hospital, pero su sueldo no alcanzaba para mantener el nivel de vida de la
familia y además costearme mis clases universitarias. No me quedó más remedio
que dejar aparcada la universidad y buscar trabajo.
Así que fui corriendo al campus de
Onírica, la mayor y mejor universidad que jamás haya visto, era preciosa,
formada por los sueños de todos sus pobladores, y la recorrí entera buscando al
niño que yo era, o al joven pero tampoco me encontré. Fui al lugar donde
habitan los sueños de grandes médicos, o de los que no lo han sido pero lo han
querido ser. Miré una a una a los ojos todas las personas que allí había, por
si no recordaba mi propio rostro, pero tampoco estaba allí. Comprendí que
aquella universidad se había forjado con los sueños de mucha gente, pero no con
los míos tenía que seguir buscándome, pero, ¿por qué no estaba en ninguno de
aquellos dos sitios?
No lo sabía pero empecé a recordar
el porqué, una vez lo sabes es fácil encontrarlo. Aquellos sueños, los de ser
futbolista, o los de ir a la universidad, no eran mis sueños, aunque por muchos
años pensase que si lo eran, aquellos sueños pertenecían a otras personas que
habían querido que yo los realizara por ellos, o los continuara por ellos.
Si mi padre no se hubiese empeñado
en apuntarme a aquel equipo de fútbol, si no me hubiera convencido, yo jamás
habría pensado en hacerlo. Antes de eso no me gustaba el fútbol, en realidad no
sabía si me gustaba o no, era solo un niño, estaba descubriendo la vida, ¿cómo
iba a saber que aquello era lo que quería para mí si ni siquiera sabía lo que
significaba aquella frase? Aquel había sido en todo momento el sueño de mi
padre, él quería que yo hiciese realidad el sueño que él había tenido, por eso
no me encontré en el campo de fútbol.
Con la universidad pasó lo mismo,
era el sueño, el deseo de una madre, la mía, la que quería que siguiese sus
pasos. Esto también es muy común, padres que quieren que sus hijos estudien lo
mismo que han estudiado en la familia, como una estirpe de cirujanos, o
abogados o vete a saber qué. Familias enteras que deben estudiar PORQUE LO DIGO
YO. Pero tampoco es extraño el caso contrario, padres que jamás han podido ir a
la universidad y han querido que sus hijos se desvivieran por conseguir ese
sueño, de ellos, sin importar lo más mínimo el deseo de sus propios hijos.
Con esto no quiero decir que sea
malo soñar con ser un deportista de élite, o un docto ciudadano universitario,
son sueños muy dignos, siempre y cuando sean nuestros sueños y no los sueños de
otros. Ese es el peligro, querer que los demás realicen nuestros sueños, que la
gente sea lo que yo quiero que sea, y acabar convenciéndoles de que realmente
es su deseo y no el nuestro, y cuando ese deseo no se cumple la impotencia se
hace insuperable. Como me pasó a mí en la tierra de los sueños. Hasta que me
encontré. ¿Queréis saber dónde estaba?
Pues estaba aquí mismo. Sobre estas
tablas del escenario, que crujen cuando se pisan, y con estas raídas cortinas
que forman su telón, y estas butacas que en Onírica nunca están vacías, porque
al igual que hay gente que soñamos con subirnos al escenario, hay gente que
sueña con vernos actuar. Muchos padres y madres que aunque no lo reconozcan se
emocionan al ver a sus hijos aquí arriba. Pero no pueden aceptarlo, su familia
es demasiado prestigiosa para tener un artista en la familia, o que piensan que
de que va a vivir su hijo o hija del arte.
Sí, estos sueños no se pueden decir,
el teatro, la música, la pintura, la escultura y todas las demás
manifestaciones artísticas, son para bohemios, para soñadores, y no se dan
cuenta que todos los deseos, son para soñadores, incluso a un campo de fútbol
pueden llamarlo teatro de los sueños, pero no entienden que el verdadero teatro
de los sueños es el sueño del teatro.
Allí estaba el niño que yo fui, allí
estuvo desde siempre y allí seguirá mientras yo tenga aliento en mi cuerpo
porque verdaderamente, este es mi sueño, y es el sueño del que no quiero
despertar. Por cierto, en aquel teatro, también les vi a ustedes, a todos,
porque todos soñamos con esto de una u otra forma, aunque no lo digamos.
FELICES SUEÑOS.
Por hoy es todo, espero que os haya gustado, espero vuestros comentarios como siempre. Nos vemos en "Mi Rincón de Escribir". Nos leemos.
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