sábado, 28 de julio de 2018

Relatos para las vacaciones (VI) "JUGAR"

Buenas noches desde el rincón en el que escribo.

Seguimos en el periodo estival y seguimos con la serie de relatos para leer en cualquier lugar y el relato de hoy es un pequeño pero macabro juego. ya que ese es precisamente su título, "Jugar". tras la imagen os dejo el relato, como siempre.


Los rayos del sol caían con fuerza sobre el pueblo, el calor era insoportable a pesar de que aún faltaban cinco semanas para el verano. Los termómetros, de haber habido alguno cerca marcarían por encima de los treinta grados, También hacía mucho que no llovía, seguramente las últimas gotas cayeron hace más de dos meses y estas fueron escasas.
Todo esto influía en que las calles estuvieran vacías. Sólo una persona caminaba sobre la tierra de una de sus calles que crujía bajo sus pies y se agrietaba un poco más. Sus pasos lo llevaban en dirección a la iglesia. Eso solo podía querer decir dos cosas, o bien se dirigía a ver al sacerdote, un hombre taimado y perspicaz como pocos, además de ser alto y enjuto, o a ver al alcalde que vivía en la casa más alta del pueblo.
Al llegar junto a la iglesia dobló la esquina y siguió calle arriba, buscando la casa del alcalde. De haber habido algún vecino en la calle podría haberle preguntado al forastero que quería del alcalde, pues no era muy normal que éste recibiera visitas en su domicilio, y mucho menos que éstas fueran de foráneos al pueblo. Se paró junto a la cancela de entrada a la finca, hurgó en sus bolsillos y sacó un pequeño paño que envolvía algo no mucho más grande que un puño. Volvió a guardarlo y llamó al timbre por dos veces.
La voz ronca del alcalde respondió un seco «¿Sí?», no le gustaba que lo molestaran en casa y menos aún que lo despertaran durante la siesta. Pero no le contestó con palabras, en su lugar volvió a tocar el timbre durante tres segundos con el dedo índice de su mano derecha. La izquierda en el bolsillo, agarrando el pequeño hato de su bolsillo. Notando la dureza bajo el trozo de tela. Finalmente la puerta tras la cancela se abre y sale el alcalde al pequeño porche, trata de verle la cara a la persona que le ha despertado, pero el sol se lo impide. Coloca sus manos sobre las cejas, haciendo una visera con ambas manos, puede verle la cara pero no la reconoce, desde luego no es un vecino del pueblo.
«¿Qué quiere? ¿Quién es?» pregunta el alcalde visiblemente irritado pero no le contesta. «¿Qué desea?» vuelve a preguntar alzando el tono de voz recibiendo nuevamente la callada por respuesta. El alcalde duda, no sabe qué hacer, si volver a preguntar o entrar en su casa. Opta por lo segundo y antes de que haya tenido tiempo de cruzar el umbral de la puerta el hombre de la calle vuelve a tocar el timbre, esta vez durante más de cinco segundos.
Visiblemente enfadado el alcalde sale de su casa, abandona el porche y cruza el minúsculo jardín hasta la cancela. «¿Quién coño es usted y qué quiere?» le espeta el alcalde a su visita mientras abre con su llave la cancela. Una vez abierta el alcalde se acerca amenazante a su inesperada visita. Este es mucho más alto que el alcalde, cosa que no es difícil ya que este es bajito y rechoncho, pero su visitante es muy alto, probablemente más incluso que el sacerdote. También es más robusto que este.
Cuando el alcalde llega a su altura saca el trapo del bolsillo y sin que el alcalde pueda reaccionar le golpea con el contenido de este en la sien. Nada más recibir el impacto el alcalde cae redondo al suelo, un hilo de sangre roja empieza a resbalar por la sien de este y empieza a hacer un pequeño charco rojo junto al cuerpo de este. Su agresor desenvuelve el trapo y deja a la vista el contenido que este tenía, una piedra negra como el carbón, pero dura como el mármol que ha recogido por el camino, cerca del arroyo. Lanza la piedra y el trapo sobre el cuerpo inerte del alcalde y desanda sus pasos por el camino que le trajo hasta aquí. Con la misma anonimidad y solitud que lo trajo hasta aquí. Sin nadie que lo mire ni pueda reconocerlo.
Cuando llega la tarde y la esposa del alcalde regresa a casa después de un largo día de compras en la capital encuentra el cuerpo de su marido en el suelo con un riachuelo de sangre seca en su cabeza y un charco de la misma, igualmente seco que ha coloreado la amarillenta tierra de un tono marrón. Y su marido no se mueve. Entonces ve la piedra y también el trapo, ¿o tal vez se trate de un papel? Se agacha a recogerlo y efectivamente es un trozo de tela, pero tiene algo escrito:
«Cuando yo era niño y usted tenía una tienda en otro lugar, no nos dejaba jugar en la puerta de su establecimiento, que estaba en el único parque de aquel lugar, ni a mí ni a mis amigos, por su culpa, por privarme del derecho que todo niño a jugar, me he convertido en lo que ahora soy, en un monstruo. Usted ha sido el primero pero quiero que sepa que habrá más gente como usted, pero le garantizo que recorreré el mundo para librar a los niños de ellos. Suyo afectísimo; El espigado.»
La mujer dejó caer el trapo y entro corriendo en casa para avisar a la policía.
Esto no es una historia real, ni siquiera quiero que sea una fábula con una moraleja, sólo he querido manifestar que todos los niños tienen derecho a jugar, a ser felices, a ser niños, no dejemos que eso se pierda.

Por hoy es todo, como siempre, espero os guste, nos vemos en "Mi Rincón de Escribir". Nos leemos.

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