Buenas noches desde el rincón en el que escribo.
Seguimos en el periodo estival y seguimos con la serie de relatos para leer en cualquier lugar y el relato de hoy es un pequeño pero macabro juego. ya que ese es precisamente su título, "Jugar". tras la imagen os dejo el relato, como siempre.
Los rayos del sol caían
con fuerza sobre el pueblo, el calor era insoportable a pesar de que aún
faltaban cinco semanas para el verano. Los termómetros, de haber habido alguno
cerca marcarían por encima de los treinta grados, También hacía mucho que no
llovía, seguramente las últimas gotas cayeron hace más de dos meses y estas
fueron escasas.
Todo esto influía en que
las calles estuvieran vacías. Sólo una persona caminaba sobre la tierra de una
de sus calles que crujía bajo sus pies y se agrietaba un poco más. Sus pasos lo
llevaban en dirección a la iglesia. Eso solo podía querer decir dos cosas, o
bien se dirigía a ver al sacerdote, un hombre taimado y perspicaz como pocos,
además de ser alto y enjuto, o a ver al alcalde que vivía en la casa más alta
del pueblo.
Al llegar junto a la
iglesia dobló la esquina y siguió calle arriba, buscando la casa del alcalde.
De haber habido algún vecino en la calle podría haberle preguntado al forastero
que quería del alcalde, pues no era muy normal que éste recibiera visitas en su
domicilio, y mucho menos que éstas fueran de foráneos al pueblo. Se paró junto
a la cancela de entrada a la finca, hurgó en sus bolsillos y sacó un pequeño
paño que envolvía algo no mucho más grande que un puño. Volvió a guardarlo y
llamó al timbre por dos veces.
La voz ronca del alcalde
respondió un seco «¿Sí?», no le gustaba que lo molestaran en casa y menos aún
que lo despertaran durante la siesta. Pero no le contestó con palabras, en su
lugar volvió a tocar el timbre durante tres segundos con el dedo índice de su
mano derecha. La izquierda en el bolsillo, agarrando el pequeño hato de su
bolsillo. Notando la dureza bajo el trozo de tela. Finalmente la puerta tras la
cancela se abre y sale el alcalde al pequeño porche, trata de verle la cara a
la persona que le ha despertado, pero el sol se lo impide. Coloca sus manos
sobre las cejas, haciendo una visera con ambas manos, puede verle la cara pero
no la reconoce, desde luego no es un vecino del pueblo.
«¿Qué quiere? ¿Quién
es?» pregunta el alcalde visiblemente irritado pero no le contesta. «¿Qué desea?»
vuelve a preguntar alzando el tono de voz recibiendo nuevamente la callada por
respuesta. El alcalde duda, no sabe qué hacer, si volver a preguntar o entrar
en su casa. Opta por lo segundo y antes de que haya tenido tiempo de cruzar el
umbral de la puerta el hombre de la calle vuelve a tocar el timbre, esta vez
durante más de cinco segundos.
Visiblemente enfadado el
alcalde sale de su casa, abandona el porche y cruza el minúsculo jardín hasta
la cancela. «¿Quién coño es usted y qué quiere?» le espeta el alcalde a su
visita mientras abre con su llave la cancela. Una vez abierta el alcalde se
acerca amenazante a su inesperada visita. Este es mucho más alto que el
alcalde, cosa que no es difícil ya que este es bajito y rechoncho, pero su
visitante es muy alto, probablemente más incluso que el sacerdote. También es
más robusto que este.
Cuando el alcalde llega
a su altura saca el trapo del bolsillo y sin que el alcalde pueda reaccionar le
golpea con el contenido de este en la sien. Nada más recibir el impacto el
alcalde cae redondo al suelo, un hilo de sangre roja empieza a resbalar por la
sien de este y empieza a hacer un pequeño charco rojo junto al cuerpo de este.
Su agresor desenvuelve el trapo y deja a la vista el contenido que este tenía,
una piedra negra como el carbón, pero dura como el mármol que ha recogido por
el camino, cerca del arroyo. Lanza la piedra y el trapo sobre el cuerpo inerte
del alcalde y desanda sus pasos por el camino que le trajo hasta aquí. Con la
misma anonimidad y solitud que lo trajo hasta aquí. Sin nadie que lo mire ni
pueda reconocerlo.
Cuando llega la tarde y
la esposa del alcalde regresa a casa después de un largo día de compras en la
capital encuentra el cuerpo de su marido en el suelo con un riachuelo de sangre
seca en su cabeza y un charco de la misma, igualmente seco que ha coloreado la
amarillenta tierra de un tono marrón. Y su marido no se mueve. Entonces ve la
piedra y también el trapo, ¿o tal vez se trate de un papel? Se agacha a
recogerlo y efectivamente es un trozo de tela, pero tiene algo escrito:
«Cuando yo era niño y usted tenía una tienda en otro lugar, no nos
dejaba jugar en la puerta de su establecimiento, que estaba en el único parque
de aquel lugar, ni a mí ni a mis amigos, por su culpa, por privarme del derecho
que todo niño a jugar, me he convertido en lo que ahora soy, en un monstruo.
Usted ha sido el primero pero quiero que sepa que habrá más gente como usted,
pero le garantizo que recorreré el mundo para librar a los niños de ellos. Suyo
afectísimo; El espigado.»
La mujer dejó caer el
trapo y entro corriendo en casa para avisar a la policía.
Esto no es una historia
real, ni siquiera quiero que sea una fábula con una moraleja, sólo he querido
manifestar que todos los niños tienen derecho a jugar, a ser felices, a ser
niños, no dejemos que eso se pierda.
Por hoy es todo, como siempre, espero os guste, nos vemos en "Mi Rincón de Escribir". Nos leemos.
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