viernes, 21 de abril de 2017

Noticia y relato.

Buenas noches desde el rincón en el que escribo.

La entrada de hoy la quiero aprovechar para hacer un anuncio, hemos sido finalistas nuevamente en un concurso literario, hablo en plural pues hemos sido finalistas mi hermano y yo. En esta ocasión es en un concurso de Ojos Verde Ediciones, pronto espero compartir la portada del recopilatorio con vosotros y en un futuro el relato, pero de momento quería daros la noticia.

Y hablando de relatos tengo pendientes con vosotros uno de los relatos con los que fui finalista en otro concurso. Así que sin más demora os dejo el relato en cuestión. Este era del II Concurso Donbuk de relatos de Terror. El relato se titula BAJO LAS SÁBANAS, espero os guste.

María estaba arrebujada bajo las sábanas de su cama. Temblaba y no era de frío. Estaba pasando la peor noche de sus siete años de vida. Había tenido miedo en otras ocasiones, pero eran miedos racionales, tenía miedo a las alturas, a quedarse sola e incluso a la oscuridad. También había tenido pesadillas en incontables ocasiones y siempre se despertaba agitada y llorando, pero la visión de la realidad le devolvía la tranquilidad, «estás soñando, todo está bien» se decía a sí misma. Pero esta vez estaba despierta y su miedo no era racional pues no podía ser cierto lo que le pasaba. Mientras sus padres tenían, en el piso de abajo, una orgia silenciosa con sus amigos, José (Cuervo), Marie (Brizard), Jim (Beam), Jack (Daniel’s),  Rémy (Martin) y Johnnie (Walker), ella estaba recibiendo la visita más aterradora que un niño pudiera recibir.

Pese a que era noche cerrada no había podido dormir pues había notado su presencia en cuanto subió, sola, a su habitación. Se quitó su ropa y se puso rápidamente el camisón y se metió entre sus sábanas, buscando el cobijo en ella como si una fortaleza inexpugnable se tratara. Pero no había servido de nada, él estaba cada vez más cerca. Escuchaba, primero las cadenas que arrastraba al caminar, después su respiración agitada y por último sus sibilantes palabras llamándola con una voz que sólo podía existir en algún rincón olvidado del infierno. «¡María!, ¡María!» Olía su pútrido aliento que hacía que toda la habitación hediera a muerte y ella se abrazaba más y más a Run, su osito de peluche favorito. Nuevos pasos que crujían sobre el parqué de su habitación, acompañados de la cadena que los precedía, debía estar rodeando su cama. Sus amigos de clase le habían dicho que encendiendo la luz el hombre del saco desaparecería para siempre pero ella no podía encender la luz pues sus padres sabrían que está despierta y subirían y le pegarían, siempre le pegaban cuando estaban con sus amigos y hoy había muchos por el ruido de cristales que escuchaba.

Cerró sus ojos y tapó sus oídos con sus manitas sin soltar a Run de su lado mientras movía sus labios de manera silenciosa mientras decía aunque en realidad no sabía a quién lo hacía «¡Por favor! Haz que se vaya, que se vaya y que no esté»  Abrió sus ojos, los tenía tan cerrados que le empezaba a doler la cabeza, y comprobó que seguía bajo su sábana y que su peluche seguía a su lado, pero algo no estaba bien. Sus manos temblaban y ya no escuchaba aquellos pasos ni aquellas cadenas. Tampoco se escuchaban los ruidos de cristal en la planta de abajo. Ahora sólo se oía una risa, una risa macabra y unos pasos que subían por los escalones. Esos escalones siempre crujían, incluso cuando los pisaba ella que pesaba tan poco, pero esta vez no crujían, alguien subía por ellos pues escuchaba algo parecido a «tum, tum, tum». Los pasos se acercaban a su alcoba y se asomó apartando un poco la sábana, haciéndola a un lado.

Y sentado sobre su colchón a los pies de la cama estaba él. Por primera vez lo veía. Era enorme, mucho más grande que cualquier persona que hubiera visto antes. Parecía una montaña más que una persona. Su cabeza, del tamaño de una pelota de baloncesto era grotesca, tenía tres ojos, el de la derecha de color marrón, el de la izquierda color azul y el del centro de un tono negro que parecía un espejo, su boca, descomunalmente grande carecía de dientes, tan sólo un par de colmillos que eran tan grandes que ni  siquiera su boca era capaz de contener. Carecía de nariz y en su lugar un pico como de cuervo pero mucho más grande y por orejas algo que se parecía mucho a una aleta de tiburón. Y lo peor de todo es que le estaba mirando, ¡con una ¿sonrisa?! Sus manos enormes reposaban sobre unas rodillas y de sus pies, tan grandes que parecían almohadas una cadena gruesa y negra colgaba uniéndolos. Y aquel «tum, tum, tum» cada vez estaba más cerca. Hasta que el ruido cesó justo delante de su puerta.

No pudo soportarlo más y se volvió a meter bajo su sábana y gritó, gritó como no lo había hecho en su vida. Fue un solo grito, largo, intenso y agudo. Tras gritar aguardó bajo sus sabanas. Sabía que sus padres subirían y le pegarían, pero aquello era mejor que aquel horrible ser que descansaba a los pies de su cama. Mejor que aquel sonido que no sabía que era pero la atemorizaba. Y finalmente la puerta de su cuarto se abrió. El crujido que hizo se debió escuchar en todas las casas del barrio y lo más curioso de todo es que aquella puerta no crujía nunca. Aguardó bajo las sábanas. Sus padres no tardarían en sacarla de su escondite y le darían una paliza. Los segundos pasaban como si fueran minutos y nada pasaba. Así que decidió salir, poco a poco fue echando para atrás la sábana y asomó, primero a run para que comprobara que no había peligro y luego salió ella. Allí, junto al quicio de la puerta no estaba papá como esperaba, tampoco mamá, allí sólo había una esquelética figura envuelta en una túnica negra con capucha de la que dos ojos rojos brillaban llenando la pequeña habitación de un espectral brillo.

– Hola María – dijo – ¿cómo estás?

– Bien – dijo ella tratando de no mostrar el miedo que sentía – ¿qué haces aquí?

– Acaso, ¿sabes quién soy?

– Sí, eres la muerte, y vienes a por mí.

– Tienes razón – dijo y una carcajada macabra brotó de su ¿garganta? 

– pero no en todo. Sí soy la muerte, pero no vengo a por ti, eres joven aún.

– Entonces, ¿qué haces en mi cuarto?

– Vine a buscar a tus padres y quise asegurarme que estabas bien, entonces vi a mi amigo y supe que estarías bien para siempre.

– ¿Él es el que me va a matar?

– Nadie te va a matar. Mi amigo, aquí sentado se llama olvido y quiere que le acompañes, ¿quieres ir con él? Si estás con él nadie te hará daño nunca más.

– ¿Puedo llevarme a Run conmigo?

– Por supuesto – dijo la voz del gigantón.

María se puso en pie, y le tendió la mano derecha a aquella figura sentada en su cama, este se puso en pie y la tomó y arrastrando su cadena empezó a caminar. Ella la seguía, sin soltar su mano de la de aquella montaña, en su otra mano su adorado peluche. La esquelética figura les seguía. María no quiso mirar cuando pasó junto a los vasos y las botellas vacías que había junto a sus padres que parecían dormir cada uno sobre un sillón y salió a la calle junto a su viejo amigo Run y su nuevo amigo olvido.

A la mañana siguiente la policía encontró los cadáveres de un matrimonio rodeados de botellas y vasos. Habían sufrido un infarto producido por una ingesta excesiva de alcohol pero nadie cayó en la cuenta de que allí también vivía una niña, nadie la buscó ni volvieron a tener noticias de ella pero hay quien la ve a veces, en una curva en la carretera.

Por hoy ya está todo, nos vemos en "Mi Rincón de Escribir". Nos leemos.

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