Buenas noches desde el rincón en el que escribo.
Como os dije en alguna entrada anterior aquí os dejo uno de los relatos con los que gane un premio, porque lo prometido es deuda, en concreto se trata de:
¡¡¡PUAG!!!
Con este relato gané el segundo premio en un concurso de
literatura cuando estaba en el instituto IES Marina un par de años después del
anterior, así que fue entre 1996 y 1997.
José Luís Álvarez es un reportero gráfico de
la agencia EFE. Lleva seis meses en Ruanda, pero ahora es Navidad y las quiere
pasar con su familia a la que hace un año que no ve. Está deseando llegar a su
casa. Desea volver a oír a su hermanita llamarle Selu, a su padre abrazarle con
las lágrimas en los ojos, a su cuñado comentarle que lo han echado de menos, a
su madre ofreciéndole dulces y turrón y a su hermana gemela suplicándole que no
se vuelva a marchar. Y sobre todo espera volver a abrazarla. Esta deseando
volver a estar con Sonia, su novia desde hace tres años.
Pero a José Luís aún le falta bastante antes
de llegar, siquiera, al aeropuerto. Se encuentra en mitad de un campo de
batalla. Tiene a su derecha a centenares de personas corriendo fusil en mano hasta
otro centenar de los que hasta no hace mucho eran sus vecinos y tal vez amigos.
La batalla no le dará nada a nadie, solo les quitará. Les quitará las casas, la
familia y tal vez los amigos. A su izquierda Selu tiene a un niño, no mucho
mayor que su hermana pequeña, con un fusil en su mano y sus dos piernas
mutiladas por una mina que acaba de pisar. El niño está llorando y llamando a
su madre. «Mammy, Mammy» grita, pero nadie acude a su llamada. Nadie podría
decir cuanto vivirá ese niño. El decide acercarse para ayudarle.
Cuando Selu se acerca puede ver como los
trozos mutilados de sus piernecitas están repartidos cerca del niño. Donde
tenía sus piernas ahora hay un charco de sangre que no para de brotar como si
de un manantial de agua se tratase. Selu se interesa por el estado del crío
pero se da cuenta de que el corazón no le late. Él le hace una foto y tras
cerrarle los ojos reza una oración pidiendo que su alma sea salvada. Nunca
creyó mucho en la otra vida, pero el horror de la guerra y la fe que algunos
ponen en sus fetiches y en la vida eterna le han abierto los ojos.
«Deja a ese cadáver y mueve el culo Álvarez»
oye cómo le grita alguien desde unos metros más adelante. Se trata de uno de
sus compañeros. José Luís se levanta rápidamente y se reincorpora a un grupo de
periodistas que también empiezan hoy sus vacaciones. «Tenemos que llegar a las
dos al aeropuerto o nos quedaremos en este infierno, Seellu». Dice irónicamente
su compañero Ramírez. Cuando acaban de hablar y empiezan a caminar una bomba
explota a sus espaldas. La metralla les roza los tobillos y a Tomás Ramírez le
impacta ligeramente en el hombro derecho. «No os preocupéis, no me han matado
en seis meses que llevo aquí, no me van a matar el primer día de mis vacaciones»
dice este sin perder la sonrisa.
Llegan a una zona sin tiroteos. La gente va y
viene sin pararse. Los heridos, ayudándose unos a otros, intentan llegar a la
enfermería improvisada en una antigua escuela. A dos metros oyen como un camión
se abre paso. Se trata del camión donde almacenan a los muertos. El hedor es
insoportable. Muertos calcinados, acribillados, mutilados, fusilados,
asesinados y reventados. Todos merecen el mismo digno final. Final, que por
cierto, no tendrán ya que serán enterrados todos juntos en una fosa común. José
Luís busca con la vista al muchacho al que él cerró los ojos. Su cadáver corona
la pila de muertos.
Tienen media hora para llegar al aeropuerto a
tomar un avión que les deje en España, pero para llegar han de atravesar
terreno hostil, en continuos fuegos cruzados y explosiones por todos lados.
José Luís piensa por un momento en el turrón de Jijona que su madre tiene
preparado y en la cara de su novia, en la tez blanca, los ojos marrones y el
pelo rubio de esta. Sonríe sabiendo que su familia le espera ansiosa.
Empiezan a avanzar veloz, pero prudentemente
por el campo de batalla. Explosiones; bombas estallando; ruido de balas
impactando en el cuerpo de gente que, hasta no hace mucho, eran ciudadanos de a
pie; ametralladoras que escupen balas a toda velocidad. Nadie quiere esta
guerra, pero todos participan en ella. Selu traga saliva y dice que hay que
tener valor para atravesar esta zona. Empiezan a atravesarla y cuando están en
la mitad aproximadamente José Luís esta apunto de vomitar por lo que ve. Hay un
montón de cadáveres. Un hombre, que en vida tenía bigote, yacía muerto en la
parte superior de la pila. El intestino delgado sobresalía más de un metro y
los gusanos estaban empezando a comérselos,
incluso los buitres estaban empezando a picotearle en los ojos y en la
cara. Una mujer abrazada a su hijo pequeño también sobresalen del montón. «Es
horrible Selu, pero no podemos hacer nada por impedirlo, en nuestra mano solo
está la posibilidad de informar al mundo. Aunque si no mueves tu culo y aligeras
el paso no lo conseguiremos ya que nos dejaran como un colador» dice Tomás
mientras le tira del brazo intentando que su amigo se espabile.
—Hace tiempo, cuando era un niño, quise
estudiar medicina porque no me entraban nauseas al ver sangre, al contrario,
estaba deseando cortarme para poder ver sangre. Pero esto, es demasiado fuerte,
incluso para mí—dice José Luís.
—Tranqui Selu, a mí también me impresiona,
pero nada, nada me impedirá celebrar las navidades en casa. Ahora si quieres
saca unas cuantas fotos de ese horrible montón de muertos hazlo y deprisa—le
dice Tomás mostrando su lado más humano.
José Luís saca unas cuantas fotos acabando así
el carrete que le quedaba en la cámara, luego continua su camino sin mirar más
a aquella pila de cadáveres. El camino se hace angosto y poco transitable, el
ritmo de marcha se ralentiza mucho, más si tenemos en cuenta que, además de la
dificultad del terreno, tienen que evitar el fuego y las explosiones que casi
les rodean.
El aeropuerto, por fin lo tienen a la vista.
El avión que les enviara de nuevo a casa, pero aún les separa de él unos trescientos
metros.
—Ya me mandaras un pedazo del pastel famoso
que hace tu novia Selu, me has hablado tanto de ese pastel que me entran ganas
de probarlo—dice Tomás para romper el silencio y tranquilizar los ánimos de sus
amigos.
—No Tomás, haré algo mejor, te invitaré un día
a mi casa para que lo pruebes, ¿vale? —le dice José Luís con una sonrisa.
—De acuerdo, luego te doy mi número de
teléfo... ¡¡¡¡¡ARGH!!! —es interrumpido por un disparo que le atraviesa la rodilla
haciéndole estallar la rótula.
—¿Estás bien Tomás? —pregunta preocupado José Luís.
—¡¡¡Puag!!!, ¿has visto cómo te has puesto la
camisa blanca? debes de tener más cuidado o tu madre dirá que no te hemos
cuidado—le comenta Tomás a su amigo. Después continua - Sí estoy bien, ya te
dije que no me matarían en mi último día aquí. Ya sabes lo que dicen, mala
hierba nunca muere.
—Me has dado un susto de muerte, y tú te lo
tomas a cachondeo—le replica José Luís con una media sonrisa en la cara.
—Tranquilo, que no te desharás tan fácilmente
de mi, ahora me vas a tener que ayudar a ponerme de pie y acompañarme al avión—le
dice Tomás.
José Luís ayuda a su amigo y compañero a
ponerse de pie y le acompaña en su camino al aeropuerto. Ya han rebasado las
líneas de fuego cruzado, y las explosiones ya suenan lejanas y a sus espaldas.
Ellos se consideran en casa. Entran en el aeropuerto y allí se encuentran con
otros compañeros de la prensa gráfica que también partirán hoy. También hay unos
médicos de Médicos sin fronteras que le realizan un torniquete en la pierna de
Tomás Ramírez y se la vendan. Luego todos se dirigen al avión. Cuando están
subiendo por la escalerilla que da acceso al avión una bomba explota a escasos
metros de esta. Aunque no produce excesivos daños materiales los nervios se
apoderan de los periodistas que aceleran su paso y tropiezan con sus propios
compañeros. Cuando está entrando el último en el avión, que curiosamente es
José Luís, otra bomba hace explosión. La onda expansiva lanza a Selu contra la
pared interior del avión. La azafata cierra la puerta y el avión se pone en
marcha y tras un recorrido relativamente corto se eleva. Tomás se acerca al
cuerpo de su amigo y lo encuentra completamente sangrando, trozos de metralla
han impactado en la espalda de José Luís y la pared del avión le ha reventado
la cara.
—¿Te encuentras bien José Luís?—Pregunta
llorando Tomás.
—¡¡¡Puag!!!, ¿te has escuchado últimamente?
suenas muy cursi, y no te acerques a mi, que como tu madre te vea manchado
creerá qué no te hemos cuidado—dice José Luís intentando alegrar a su amigo,
luego cambia el semblante y no puede impedir que las lágrimas afloren en sus
ojos y continua—Quiero pedirte un favor, amigo mío, quiero que lleves este
carrete a la agencia y le dices a mi familia que finalmente no les veré, ¿Vale?
—No, amigo mío, tú no te vas a morir—le dice
llorando Tomás.
Cuando Tomás sabe que su amigo ha muerto le
abraza y llorando cierra sus ojos pensando en que le dirá a la familia de José Luís,
¿Como decirles que su hijo a muerto? Lo que Tomás no sabe, es que el último
pensamiento de su amigo no ha ido destinado a la familia de este, sino al niño
que minutos antes le cerró los ojos.
El avión aterriza en el aeropuerto de Barajas,
y todavía con las lágrimas en los ojos, Tomás se dirige a la familia de José Luís
para dar, las no malas, sino pésimas noticias.
Silvio para la agencia
EFE.
Mañana más, nos vemos en "Mi Rincón de EScribir". Nos leemos.
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