miércoles, 29 de marzo de 2017

Otro relato

Buenas noches desde el rincón en el que escribo.

Pues como reza en la entrada hoy comparto con vosotros otro relato, en este caso con el que gane el primer premio en el Sant Jordi literario del instituto Marina hace ya tanto que ni me acuerdo. En esta ocasión se titula "Va de piratas" y es el siguiente:

Patricia Castro. Patricia Castro es la hija de Don Lope, un hombre Rechoncho, rico y bonachón, que para colmo es gobernador de Curaçao. Patricia es una mujer joven, no tiene más de veintitrés años, guapa y muy, muy lista. Al ser la única hija del gobernador de una isla del Caribe, fue educada como si hubiera sido un varón. Pero también fue preparada para las artes típicas de las damas. En lo primero le enseñó uno de los mejores esgrimistas del mundo y el mejor del Caribe, que además es el lugarteniente de Don Lope: Lucas Van Kranner. En lo segundo Agatha Gres, una portuguesa que era ama de llaves de la madre de Patricia, y que ahora, tras la muerte de la mujer de Don Lope, es ama de llaves de Patricia. Patricia también recibió una cultura digna de un príncipe. Su maestro en este campo fue el monje Calvinista y hugonote: François Deneur. Este joven fraile acabaría colgando los hábitos para... No, no adelantemos acontecimientos. En resumen, Patricia es una belleza, alta, de claros ojos y cabello largo y dorado como el sol en primavera. Según su Ama de llaves, la tercera mujer más bella del Caribe. Según su maestro de esgrima, el segundo mejor espadachín de las Americas. Según Fraçois, era el cerebro más privilegiado de medio mundo. Su vida era tranquila hasta que un día...
El Principio.
Patricia leía tranquilamente en el jardín de su casa. Su padre recibió una carta que cambiaría la vida de su hija. En cuanto Patricia vio a su padre salir como una exhalación y una sonrisa de oreja a oreja y se puso a gritar como un loco: «Me voy a la Guayana», Después pidió a Lucas que le acompañara, aunque no era un viaje oficial quería su protección. Patricia le besó, le deseó feliz viaje y siguió leyendo. Cuando su padre se marchó, fue a visitar a su gran amigo François. Tras un largo rato de charla, no recuerdo como salió el tema, Fraçois le explicó que un nuevo pirata estaba atacando a los barcos españoles que navegaban cerca de la Guayana. «Este nuevo pirata es holandés y diestro con la espada», dijo. Cuando Patricia oyó esto se puso muy triste y una lágrima brotó de sus ojos. Ella, tras abandonar la casa de Fraçois, volvió a su casa para practicar con la espada e intentar mejorar su ya excelente puntería con su pistola.
Un día, durante su clase de violín recibió una terrible noticia: El barco en el que viajaba su padre había sido abordado. No sobrevivió nadie. Patricia salió corriendo de la sala, dejando a Agatha plantada en medio del salón con dos violines en las manos. Corrió a su alcoba, se puso su disfraz de varón (ya que sin el jamás la habrían dejado subir a un barco debido a lo machista de la sociedad), se ciñó la espada, preparó un breve equipaje, cogió el salvoconducto del rey de Nueva España y se preparó a partir hacia la Guayana. Aún no sé si fue la voluntad del Señor, pero Fraçois llegó en ese instante. Primero intentó convencerla para que no hiciera el viaje, y en vista de no lograrlo, la convenció para ir él con ella.
Naufragio.
Patricia y François viajan a bordo de un barco de mercancías llamado «Nuestra Señora del Mar». Patricia pronto se hará amiga mía. Yo soy Claudia, hija del capitán del barco y cocinera del grupo. Cuando vi a Patricia por primera vez me pareció un apuesto galán, cuando la conocí, supe que era la mujer más maravillosa del mundo. Nos hicimos muy amigas. Ella me reveló su secreto y yo le conté el porqué iba en ese barco. Mi madrastra, Caroline, una francesa remilgada y creída, me había convencido para irme a vivir con su hermano Claude. Mi padre no estaba de acuerdo, pero aceptó sin rechistar. Pero ahora volvamos con la historia que nos ocupa. Patricia me presentó a su amigo Fraçois y esa misma noche fuimos al camarote de él para preparar nuestro «ataque» a los piratas. Mientras mirábamos una carta de navegación (que por cierto, yo no entendía) recibimos una serie de cañonazos. El barco se balanceó de un lado a otro y acabó chocando contra unas rocas. El barco se partió en dos.
Nosotros fuimos a parar a una playa. Perdimos el conocimiento. Patricia, muchas horas después del accidente, se despertó. Ya era de día. Había perdido parte de su disfraz, pero seguía pareciendo un hombre. Nos llamó a todos. Bueno, a François, un a un viejo fraile Franciscano que meditaba en su camarote cuando ocurrió el accidente, y a mí. Nos encontrábamos en la playa de, posiblemente, una isla. Como no conocíamos el lugar, fuimos a descubrirlo, no sin antes almorzar. Cuando llevábamos casi tres horas de caminata, una especie de dardo se clavó en la pierna del padre Juan, que así se llamaba el fraile. Nos giramos hacia donde había venido el dardo y vimos a un zulú de hercúleo cuerpo, más de dos metros de altura y una cerbatana en su mano. Patricia desenvainó su espada y se dirigió hacia él. Cuando ella vio que levantaba su cerbatana, se echó al suelo y empezó a rodar. François y yo la imitamos pero el padre Juan, debido en parte a su gran barriga y en parte a que tenía su pierna derecha inmovilizada a causa del veneno que contenía el dardo, no se pudo agachar, y el segundo dardo se clavó en su cuello. Murió al instante. El zulú, que sin su cerbatana estaba desarmado, cogió una piedra de gran tamaño y la elevó sobre su cabeza. Patricia, que estaba a cinco escasos metros no lo vio, François le gritó justo cuando el negro lanzaba la piedra sobre la cabeza de Patricia. Esta cayó conmocionada al suelo. François, presa de un impulso desconocido, se abalanzó sobre nuestro oponente, pero a mitad de camino fue interceptado por un extraño palo en forma de «V» que después me enteré que se llamaba «Boomerang». François también quedó inconsciente. Yo, desde mi privilegiada posición entre matorrales, pues no me habían visto, pude ver como cinco negros más se acercaban a la zona. Dos de ellos cargaron con Patricia y con François, uno con cada uno, y se adentraron en la jungla. Otros dos empezaron a despedazar e ingerir el cuerpo del padre Juan. Él que nos atacó y otro zulú siguieron a los dos primeros. Fue entonces cuando vi a lo lejos un barco con bandera negra del que salían dos botes cargados de piratas. Los zulúes, cuando vieron esto, salieron corriendo en dirección a la jungla. Yo pensé, «pies, ¿para qué os quiero?», pero tras una larga reflexión, bueno no tan larga, preferí quedarme a ver que pasaba. Y pasó lo que era de esperar: Una veintena de indígenas salieron para defender sus tierras mientras una treintena o más de piratas llegaban aquí para saquear la isla, aniquilar indígenas, y aprovecharse de las indígenas. Mientras estos dos bandos se peleaban, aproveché la distracción general para adentrarme en la jungla y llegar hasta el poblado. Cuando llegué, me encontré con François (ya consciente) atado a un tótem y ví a Patricia dialogando con el jefe de la tribu. Me acerqué y pude oír lo siguiente:
—Yo soy un hechicero poderoso—dijo Patricia en tono convincente.
—Pues, demuéstralo—le replicó el jefe de la tribu en el dialecto Potosí.
—Lo haré, me transformaré delante de todos vosotros en mujer—volvió a decir Patricia mientras movía ágilmente sus manos tratando de enredar al jefe. Como eso no causó el efecto que ella esperaba, optó por cerrar los ojos, concentrarse durante unos segundos, suspirar amargamente, y empezar a desabrocharse la casaca. Abrió los ojos, miró al jefe y le dijo mientras mostraba sus senos—contemplad mi torso, ¿es este el pecho de un hombre?—Los zulúes maravillados se arrodillaron ante ella y la dejaron marchar. Se abotonó la casaca, liberó a Fraçois y recuperó su arma. Salimos corriendo, una vez se unieron a mi, claro, en dirección a la playa. Pero justo cuando estábamos atravesando la jungla, un grupo de unos quince piratas se nos pusieron delante barrándonos el paso. Fue como salir del fuego para ir a caer en las brasas. Patricia nos hecho hacia atrás y sacó su espada. Cuando los piratas vieron esto se pusieron a reír y dijeron: «Un solo hombre contra quince fieros piratas». Los filibusteros, a pesar de sus risas sacaron sus machetes. Patricia se defendió ferozmente, incluso acabó con unos siete piratas. Pero una trampa que le tendió uno de ellos la noqueó y la dejó fuera de combate. Cuando se disponía a matarla François gritó: «¡No lo hagáis!». Los piratas se giraron hacia él y le dijeron:
—¿Por qué no matar a un peligroso rival?—Preguntaron.
—Seguro que vuestro galeón necesita remeros, ¿no?—Dijo François inteligentemente—Pues aquí tenéis a tres. Pedro García español, la chica es claudia, excelente cocinera, y yo soy François Deneur, aprendiz en el sacerdocio.
—Eres muy listo—replicó el que parecía el cabecilla—coged a la chica, al fraile y al guerrero y llevadlos al barco. El capitán estará contento—les dijo a los otros corsarios.
Yo, mientras François despistaba a los piratas, aproveché la coyuntura y cogí unas cuantas dagas de los muertos y me la escondí entre mis vestiduras.
Los bucaneros nos llevaron hacia un lugar de la playa donde había dos botes. Nos subieron en uno y ellos subieron en el otro. Nos remolcaron hasta un enorme barco cuyo nombre era «Liberty». A mi me llevaron a una bodega donde había un montón de toneles con ron y enormes cajas de carne y pescado salado. Yo sabía que me tendrían allí hasta que tuvieran ganas de divertirse, solo entonces me dejarían salir, y sería para volver al cabo de algún tiempo. A François y a Pedro, que era como dijimos que se llamaba Patricia, los llevaron a una cámara donde había un grupo de unos cincuenta hombres remando. Un enorme negro tocaba un timbal mientras un pirata se paseaba de arriba a abajo con un látigo para castigar a los rebeldes.
Viajando hacia la libertad.
Mientras estaba intentando forzar la puerta de la bodega para salir, escuché a un pirata hablar con su jefe, un hombre de acento holandés, y este decía:
—Te aseguro que es un espadachín de primera, él sólo acabó con siete de los nuestros—dijo el pirata.
—Solo puede ser una persona...—Pude oír que decía el capitán mientras se alejaban, la cual cosa me impidió oír el resto de la conversación.
Finalmente logré abrir la puerta. Bajé por la escalera hasta la cámara de los remeros. El pirata del látigo estaba durmiendo y el negro estaba distraído. Me acerqué cautelosamente a Patricia y a Fraçois, les di una daga a cada uno, les pregunté por qué no nos amotinábamos y me dijeron que había que esperar para ver a donde se dirigía el navío. Me dijeron que me escondiera bajo el banco en el que ellos estaban sentados. Empezó a anochecer y una ligera llovizna oscureció aún más la noche. Fue entonces cuando le llevaron la comida a los remeros: Agua tibia con un color grisáceo y un trozo de carne salada. Mientras comían se oyó el ruido de bajar anclas. El pirata del látigo, despertado cuando fueron alimentados los remeros por el golpe de otro pirata, empezó a subir las escaleras que conducían a cubierta. En ese momento, François lanzó su daga contra el negro. Se la clavó en el pecho y no pudo dar la alarma. François dijo que su lanzamiento fue un golpe de suerte ya que era la primera vez que lanzaba una daga. Tras liberar a los demás remeros y recuperar la espada de Patricia, empezamos un motín. Subimos a la cubierta y el grupo de remeros empezó a golpear a los piratas que allí había. François cogió un machete, y siguiendo a Patricia, bajamos del barco.
La isla del tesoro.
El barco estaba anclado en una gruta dentro de una cala. La lluvia caía suavemente sobre nuestra cabeza. Eso nos hizo sentirnos vivos y libres. Cuando ya pisamos tierra fuimos hacia el único lugar al que se podía ir, una casa en una colina. Antes de llegar se nos unieron un grupo de doce que nos dijeron que el resto se había ido a su hogar. Llegamos a la casa y un disparo nos paralizó en la puerta. La puerta acabó de abrirse y allí lo vimos. Era un guapo marino, moreno, de claros ojos y complexión fuerte. Iba vestido con una casaca roja, pantalones marrones y botas de piel negra. Sostenía una pistola con su mano derecha y un sable con la izquierda. Silbó. En ese momento, mientras nos rodeaban un grupo de piratas, él dijo:
—Tirad las armas y no tomaremos represalias—habló con claro acento portugués.
—No te creemos. Preferimos luchar y morir que rendirnos y remar toda la vida—protestó un remero.
—Además, ¡nada se ha escrito sobre los cobardes!—Dijo enérgicamente Patricia mientras luchaba con el pirata que tenía delante.
Así fue como se formó una melé entre los piratas, los remeros, y nosotros. Mientras estábamos peleando un hombre pelirrojo, con una frondosa barba y un aro de oro en su oreja izquierda, entró en escena. Llevaba una espada en la mano. Cuando Patricia lo vio, gritó: «¡¡¡¡¡TÚÚÚÚÚÚ!!!!!» y se lanzó a por él. Fraçois, que demostró ser un gran luchador, miró al tipo y después me dijo:
—Ese es Lucas Van Kranner, lugarteniente de su padre y su maestro de esgrima. Va a ser una buena pelea.
No se equivocó. La pelea no tenía un dominador claro. Primero fue Lucas el que parecía tener ventaja, pero tan rápido como ganaba un par de pasos, los perdía a los pocos segundos. Nosotros, mientras, conseguimos reducir al grupo de piratas. Pero la pelea entre Lucas y Patricia parecía eterna. De repente, atacado por un azote de rabia, él lanzó un ataque con tres fuertes golpes de muñeca contra Patricia. Esos tres golpes de muñeca causaron tres cortes en Patricia. El primero en el brazo izquierdo (Patricia es zurda.). El segundo en la pierna derecha y el tercero en el abdomen. Todo fueron cortes superficiales, pero hicieron flaquear a Patricia. Esto enfureció mucho a Patricia. Mientras acorralaba a Lucas contra la pared, le contó quién era. Finalmente, tras destrozarle parte de sus vestiduras, le dijo: «Y una vez más fue mejor el alumno que el maestro». Y una vez dicho esto le atravesó el corazón con su espada. Patricia se giró hacia nosotros. En ese momento, Lucas quiso acabar el trabajo que empezó y empleó su último suspiro para intentar matar a Patricia. Le lanzó una daga. Un remero que lo vio se lanzó contra Patricia y le hizo de pantalla. La daga se le clavó en el corazón. Empleó su último respiro para decir que se llamaba Luís Gomes. Patricia, François, el grupo de remeros, los piratas que se nos unieron y yo nos pusimos a registrar la casa. En una de las habitaciones había un tesoro enorme. Doblones, joyas, perlas y demás tesoros. Patricia miró al techo, y tras ver una terrible escena, se echó a llorar. Colgado sobre el tesoro estaba el cuerpo, y ya en descomposición, de Don Lope, el padre de Patricia. François la sacó de allí. Los remeros cargaron el tesoro en el «Liberty». Partimos con rumbo a Curaçao, para traer las nuevas buenas a los españoles. Cuando Patricia se recuperó, ya había cesado la lluvia, pidió que enarbolaran la bandera española. Los remeros, reconvertidos en marineros, nombraron capitán a Pedro, Patricia, y ella nombró segundo de a bordo a François que es un noble que conoció el camino del Señor y se unió a un grupo de frailes Calvinistas, y este ordenó con habilidad, como lo haría un lobo de mar, el rumbo a seguir. Los hombres nos respetaban aunque a mí me miraban con cierto recelo.
Vuelta al hogar.
Llevábamos dos días de trayecto, con una velocidad de quince nudos. François dijo que no quedaban más de quince horas para llegar a Curaçao.
Poco después, como un par de horas, vimos a un náufrago flotando sobre una serie de trocos. Patricia ordenó que le subieran a bordo y lo adecentaran. Una vez estuvo aseado y curado se presentó. Era, según dijo, Carlos Pérez, comerciante de Veracruz y amigo de François. Cuando este lo vio, le abrazó, le preguntó por la familia y después fueron a charlar al camarote de François. Estuvieron allí casi doce horas. Mientras yo le comenté a Patricia lo mucho que me atraía el nuevo tripulante. Pasadas las doce horas, salieron François y Carlos. François salía con los ojos llorosos, mientras, Carlos salía con una mirada perdida en el horizonte. Ya se veía el puerto de Curaçao cuando salieron. Nos estábamos acercando al puerto cuando de repente empezaron a dispararnos. Eran cañonazos. Patricia dijo que no lo entendía. Ella miró a lo alto del palo mayor y vio la bandera española. Pidió el catalejo. Cuando vio la bandera que ondeaba en el puerto pidió que izaran la bandera blanca de la rendición. La bandera del puerto era la holandesa. Nos dejaron atracar en el puerto y rápidamente fuimos hechos prisioneros. Patricia pidió que le dejaran hablar con el gobernador de Curaçao, y...
Y aquí nos encontramos ahora. Patricia lleva ya dos horas hablando con el gobernador de Curaçao. Nosotros estamos presos en una celda fría, oscura, húmeda y encima con ratas. Carlos nos ha dicho que igual la han matado, ya que el nuevo gobernante de Curaçao es muy cruel. François y yo creemos que aún está viva. Ahora íbamos a decirles que qué pasaba con nuestro capitán, pero no ha hecho falta porque nos han abierto la celda y nos han dicho:
—Id a vuestro barco. Allí está vuestro capitán. Sois libres, pero si os volvemos a ver por aquí seréis ahorcados.
Ya estamos en el «Liberty». Patricia no está muy contenta y François ha ido a preguntarle qué le pasa:
—¿Qué pasa, Paty?—Le pregunta usando el diminutivo que sólo él y yo usamos.
—Esos holandeses. Me han prohibido volver a mi isla natal. Además, me han dicho que si volvemos por aquí nos ahorcarán. Pero sé donde podemos ir: iremos a Nueva España. Allí tengo familia y un salvoconducto, que es tener carta blanca en esa isla—dice Paty elocuentemente.
Mientras ocurre esto, Carlos me ha pedido mi mano. Yo le he dicho que sí. Partimos hacia Nueva España, con bandera española en el «Liberty». Una bandera que jamás bajaremos, o eso dice Paty. Durante el camino, François nos estuvo hablando de nuestra salvación y de las teorías de Martín Lutero, ya que todos nos habíamos convertido al protestantismo. Llegamos a Nueva España. Conseguimos atracar en el puerto debido a que llevábamos la bandera española. Estamos bajando del «Liberty» y se nos acercan un grupo de soldados. Paty le muestra su salvoconducto e inmediatamente nos piden perdón por el error y nos conducen hasta el gobernador de Nueva España. Nos conducen por un pequeño jardincito hasta el palacio. El gobernador de Nueva España es un hombre bajito, rechoncho y barbudo. No parece muy fiero pero sí muy inteligente. Patricia se pone a hablar con tan simpático hombre y pronto ya tenemos libertad en esta isla.
Por fin, el gran final.
Llevamos ya tres días en Nueva España. Teníamos pensado partir con una expedición que va hacia España, pero no hemos zarpado ya que mañana se celebrará una doble boda. Carlos Pérez se casará conmigo, Claudia de Salcedo y Donaire. Por otra parte se casarán: François Deneur (una vez dejó la vida de noble por la vida eclesiástica, y ahora dejaba la vida eclesiástica por casarse con una gran mujer.) se casará con Patricia Castro de Benítez. La expedición fue aplazada hasta que la capitana del segundo barco en importancia del viaje, estuviera felizmente casada.
El «Liberty» y su capitana Paty puede ser que pase a la historia, tal vez aparecerán en los libros de texto, o tal vez no, pero lo que es seguro es que jamás, jamás, volverá a separarse de sus amigos: François, Carlos, su tripulación, y yo.
Sí, quiero; sí, quiero; sí, quiero; sí, quiero. Yo os declaro marido y mujer. AMÉN.
Cuaderno de Bitácora del "Liberty". A 3 de marzo de 1660. Claudia de Salcedo y Donaire. Tercera de a bordo.............................

Espero os guste, mañana os regalaré otro relato. Nos vemos en "Mi Rincón de Escribir". Nos leemos.

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